Aunque no sabremos a ciencia cierta qué pasó, sí tenemos un hecho incontrovertible: el Gobierno, su conducción más alta, ha sufrido un varapalo. Veamos: perdió a un viceministro; su ministro de la Presidencia quedó muy tocado; al presidente lo pillaron en contradicciones, que debió admitir; las relaciones con partidos aliados se agrietaron aún más; las divisiones en el PAC se profundizaron y se le pegaron dudas éticas al partido; y las relaciones con la Procuraduría están en cero. O sea, una tormenta devastó la Casa Presidencial… y todo por un café, el último café.
¿Cuánto afectará este escándalo a la confianza ciudadana en el Gobierno? No lo sé: habrá que esperar las mediciones, aunque algún efecto tendrá. Sin embargo, sí erosionó su capacidad de maniobra política de cara a sectores sociales y políticos claves, cosa que no es una buena noticia en momentos en que tiene pendiente acometer problemas de fondo como la reforma fiscal o la desaceleración económica. Así, el Gobierno perdió una cuota de capacidad para fijar rumbo, y este escándalo secundario salió caro.
La Casa Presidencial deberá hacer, en el sobaco de la confidencia, una reflexión autocrítica sobre lo que realmente ocurrió y sobre el opaco, contradictorio y, en los últimos días, descontrolado manejo de este affaire (ejemplo: la presidenta del PAC llamando a boicotear la “prensa sicaria”). Pocas veces fue tan cierto eso de ahogarse en un vaso de agua. Ojalá que no se matriculen con la tesis del cerco mediático, de que son víctimas de una conspiración. Aquí se cometieron errores políticos de bulto que deben reconocerse, se entone, o no, un mea culpa público. Y, con esto, vuelvo a las hipótesis del inicio: hay unas más verosímiles que otras, pero ¿importa a este punto? El insólito caso de un viceministro que renuncia por una mentira que le inventan sin motivo aparente, dejaría muy malparado al Gobierno. Lo contrario, una renuncia con motivo, también.