En Lovaina, un atardecer de 1968 varios estudiantes hablábamos de política. La anfitriona, Michelle R., una becaria belga de mensualidad corta a quien ya aturdía el vino de Ningunamarca, nos sirvió, además del mal vino, una salsa digna de toda sospecha, trocitos de pan tostado y, cocidos en una olla de agua hirviente, abundantes mejillones. “De los mejillones solo se deben comer los que salen de la olla con las valvas abiertas; los que salen cerrados hay que dejarlos, pueden ser tóxicos”, advirtió Michelle. Solo le medio creímos aunque ella era la que estudiaba biología y la dejamos continuar: “Con los receptáculos que forman las valvas de los moluscos, ocurre lo mismo que con los discursos de los políticos, que cuando, por venir cerrados, no dejan ver de manera bien clara lo que traen adentro, huelen mal y es mejor mandarlos al basurero”.
Desde entonces, cuando escuchamos o leemos lo que dice un político, tratamos de separar las valvas sin emplear pinzas o martillos, algo que solo a veces da resultado. No en el caso de la denuncia, en el mejor estilo amedrentador de los tiempos de la Guerra Fría, del ministro de Información, para quien un partido político minoritario si es el instigador de las anunciadas protestas del próximo 25 de julio, como si no fuera cierto que por lo menos a dos tercios de los guanacastecos –y del resto de los ticos– el gobierno los tiene hasta la coronilla con sus desaciertos. Tampoco en el de las declaraciones que dio el presidente de la Asamblea Legislativa, según las cuales Costa Rica respalda o apoya la política de China con respecto al Tíbet.
Sí se abrieron algunos mejillones cuando el ministro de RR. EE. prácticamente avaló lo dicho por el parlamentario, con lo que redujo la pifia de este a una trivial intromisión en un asunto que es del resorte del poder ejecutivo. Lo que sí no resulta claro es el argumento que esbozó el Canciller al afirmar que nuestro país comparte tácitamente la política tibetana de China desde el momento en que estableció relaciones diplomáticas con Pekín, de donde solo se puede entender que el Estado costarricense apoyará tácitamente cualquier violación de cualquier derecho que sea perpetrada por cualquier Estado con el que se hayan establecido relaciones diplomáticas; sin embargo, hasta donde recordamos, cuando nuestro gobierno, argumentando el deber moral de proteger el derecho a la autodeterminación de los kosovares, apoyó la secesión por la fuerza de Kosovo, Costa Rica mantenía relaciones diplomáticas con la agredida Serbia. Sin embajada, claro, ni donaciones. ¿Magia de los reales o realismo mágico?