Desde hace tiempo coincido con otros alrededor de una hipótesis que acaba de recibir fuerte impulso. Estoy desalentado. Mi sensación puede sonar rara. Lo usual es alegrarnos cuando una presunción propia es respaldada por evidencia ajena. Si en este caso me ocurre lo contrario, se debe a la naturaleza del supuesto: la corrupción es un componente crítico para entender buena parte de los procesos políticos latinoamericanos; su fuerza explicativa es tal que sobrepasa las identidades nacionales y diferencias ideológicas más profundas. ¿Será una fuente inconfesable de la “unidad” hemisférica que tanto nos gusta proclamar, pero que tan poco hemos podido lograr para bien?
La hipótesis no supone desdeñar otros factores críticos para el análisis sociopolítico. Tampoco presume que todos los funcionarios, ni siquiera una mayoría, se mueve a su ritmo. Solo implica aceptar, aunque nos pese, que la corrupción es una robusta variable explicativa en este ámbito.
El miércoles 21 de diciembre, la megaempresa constructora brasileña Odebrecht y una compañía filial se declararon culpables en un tribunal estadounidense de haber pagado, en los últimos 15 años, $788 millones en sobornos a funcionarios gubernamentales de 12 países para obtener contratos por al menos $3.500 millones. La lista la encabeza Brasil; siguen, en orden de magnitud, Venezuela, República Dominicana, Panamá, Argentina, Ecuador, Perú, Guatemala, Colombia y México. Los otros dos fueron Angola y Mozambique. Vemos a grandes y pequeños, del Alba y la Alianza del Pacífico, en crisis o estabilidad, populistas o serios, proteccionistas o aperturistas, con buen o mal crédito, estancados o en crecimiento. Un universo de contrastes borrados por los sobornos.
¿Implica lo anterior echarlos en el mismo saco ? Por supuesto que no. Se debe diferenciar, en cada caso, la magnitud y destino final de los pagos, y si estos son reglas o excepciones del sistema. Pero, sobre todo, habrá que ver la reacción por países: si ocultamiento, olvido, alharaca, o investigaciones decididas para capturar culpables.
Sería estimulante que, a partir de este escándalo, también pudiéramos identificar a la lucha contra la impunidad como hilo conductor de la unidad latinoamericana. ¿Iluso? Presumo que sí. Pero lo dejo como nota de optimismo al cambiar de año. Feliz 2017.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).