Si se descuida, un escritor veraz puede resultar tan mentiroso como un político acostumbrado a la mendacidad. Examinaba, frente a una taza de café y en beneficio de mis nietos, los cuentos infantiles del filósofo Leszek Kolakowski. Me interrumpió el timbre del teléfono. Alguien, que se identificó de modo somero, dijo: “Profesor, ¿puedo preguntarle si usted vio a Keylor Navas haciendo, en la televisión española, maromas con un trompo?”. Había visto, en efecto, la demostración de destreza “peoncística” de nuestro atleta más destacado, pues el video me llegó varias veces por medio de las redes sociales.
“Vaya, creo que sí y me pareció muy simpático”, respondí, intimidado por la posibilidad de que aquello fuera una trampa. El caballero del otro extremo de la línea exclamó que muy bien, que así le sería más fácil explicarse y, tras expresar algunas trivialidades sobre aspectos también triviales de la filantropía, me indicó que él y un grupo de amigos se proponían auspiciar una actividad destinada a recaudar fondos para un loable fin de beneficencia: “Hemos pensado que, por lo altruista de esta iniciativa, tal vez el señor exrector estaría de acuerdo en participar, junto con don Keylor, en una competencia de trompos cuando él venga a Costa Rica. A él no lo hemos contactado todavía, pero ayudaría que usted aceptara de antemano”.
Sintiéndome como uno de los personajes de Kolakowski, solo atiné a protestar: “¡Óigame, no estoy de humor para bromas!”. Pero mi inmutable interlocutor aclaró: “Profesor, es que uno de mis colegas recuerda haber leído que cuando usted era escolar fue campeón nacional de trompos; es más, cuenta que su entrenador era…”.
Todas las piezas, incluida la taza de café al volcarse sobre el mantel, cayeron en su sitio: hace más de un cuarto de siglo, cuando yo era rector de la UCR, cierto renombrado escritor costarricense publicó en un semanario nacional un artículo en el que afirmaba haberme guiado, como entrenador, en una competencia de la cual yo había salido convertido en el primer campeón nacional de trompos, una especialidad que, aún hoy, nadie se animaría a llamar deportiva.
“Pero señor, aquello fue una mentira, lo único que yo hacía con los trompos eran agujeros en las bolsas de mis pantalones. ¿Su amigo no le dijo que de inmediato yo desmentí la cosa por la prensa?”, reclamé. Hubo unos segundos de silencio en la línea y luego: “Perdone, profesor, mi amigo no leyó su desmentido y dice que siempre lo admiró a usted por haber logrado ese título”.
Fernando Durán es doctor en Química por la Universidad de Lovaina. Realizó otros estudios en Holanda en la Universidad de Lovaina, Bélgica y Harvard. En Costa Rica se dedicó a trabajar en la política académica y llegó a ocupar el cargo de rector de la UCR en 1981.