Teníamos 19 años. Vivíamos intensamente la bohemia, recitales de poesía, tríos y serenatas (las últimas, quizás) y en los bolsillos cargábamos versos de Bécquer y Neruda. Pero mi debilidad era Julio Flórez, poeta colombiano que brilló al morir el XIX y nacer el siglo XX. Sus versos fueron hechos canción. Reto y Flores negras (por Patricia González, ecuatoriana) perduran en mi memoria.
Un buen amigo, Ricardo Chino Chavarría, era el verdadero trovador por su voz y guitarra. Una noche de farra llevamos serenata a la ingrata de los desvelos. Rodamos cuesta abajo al confín del barrio Amón y ahí, de repente, le pedí mis flores negras. —¿Por qué?, me preguntó. — Porque ella es bella, como la flor, y negra la llaman sus amigos, respondí. Negó conocer la melodía y quiso saber del autor. —Julio Flórez, aclaré. Chino frunció el ceño. Yo solo asentí. No era la ocasión de compartir detalles.
Décadas después, sabedor de que el tiempo disipa resabios y recelos, puedo hablar serenamente del poeta invocado aquella noche prescrita. Julio Flórez Roa nació en 1867 y vivió hasta 1923. Personaje de linaje y, sin embargo, irreverente con la sociedad. Solitario, como suelen ser los escritores, solo hallaba solaz en las cantinas con meseras, bohemios y arrabaleras. El escritor Octavio Amórtegui lo describe así: “Aristocrático, tenía mucho del príncipe enlutado de la tragedia. Fuerte en su delgadez, negra como la endrina la melena, tupidas cejas y soñadores ojos, ausentes y tristes, bajo los párpados pesados que daban a sus pupilas una cálida y brumosa lejanía crepuscular”.
Por la tumultuosa época que vivió, tuvo que huir de Bogotá. Al regresar, se recluyó en Usiacurí, pueblo olvidado (como Macondo), donde se enamoró de una colegiala de 14 años, Petrona, con quien procreó cinco hijos (aquí y ahora lo habrían metido preso). Publicó nueve tomos de poesía lírica: Horas, Cardos y lirios, Gotas de ajenjo, entre otros, y muchos versos sueltos. Su rebelde creatividad lo hizo desdeñar el modernismo, corriente en boga, para aferrarse con tesón a la lira de su corazón. Fue el último romántico de la literatura colombiana.
He aquí fragmentos de Flores negras: “Oye: bajo las ruinas de mis pasiones, en el fondo de esta alma que ya no alegras, entre polvo de ensueños e ilusiones, brotan entumecidas mis flores negras. Ellas son el recuerdo de aquellas horas en que presa en mis brazos te adormecías, mientras yo suspiraba por las auroras de tus ojos, auroras que no eran mías…”.