El 2016 ha sido un año de sorpresas, a las que se suma una más: Colombia y su decisión por el “no”. ¿Se ha perdido la ventana de oportunidad para negociar la paz? Con más de cinco décadas, 250.000 muertos, millones de desplazados y pese al apoyo internacional de personalidades como Obama y el papa Francisco, no fue posible convencer a la mayoría del electorado, que por una mínima diferencia del 0,4% rechazó el acuerdo.
El expresidente Álvaro Uribe supo liderar y explotar la desconfianza a las FARC, el malestar por una lenidad que raya para la mayoría en impunidad, el sentimiento de las víctimas de que en la negociación no fueron importantes y las excesivas concesiones de derechos políticos. Siendo la paz un asunto tan relevante para Colombia, había indicios de descontento hacia la debilidad del gobierno, lo que no leyeron a tiempo los del “sí”, y sobreestimaron su respaldo frente a una realidad que era muy distinta.
El gran perdedor es, sin duda, el presidente Juan Manuel Santos, que apostó todo por la concreción del acuerdo y ha quedado muy debilitado en momentos en que su popularidad está históricamente baja (25%), producto, entre otros, de una economía debilitada y los problemas de inseguridad.
¿Cómo utilizará Santos el escaso oxígeno político para los dos años que le restan a su administración? ¿Habrá un verdadero interés de parte del grupo del “no” por mejorar y rescatar la negociación?
Lo que seguía a la esperada aprobación del acuerdo era acometer los retos económicos para una siempre difícil reforma tributaria, a la que la oposición liderada por Uribe ya ha condicionado a una reducción del gasto público. Ante la incertidumbre, los mercados han sido los primeros en reaccionar con la pérdida de valor del peso colombiano, lo mismo con una escapada en bonos y acciones, nada halagüeño para la calificación de riesgo del país.
Colombia se encuentra en una situación difícil y sin un plan B, pues ni promotores ni opositores previeron el resultado del “no”, y las primeras señales de Uribe hacen creer que está pensando más en la silla presidencial que en darle un espaldarazo al proceso de paz.
Malas noticias para un pueblo desgarrado por la más antigua guerra en la región, que tiene tentáculos además en el narcotráfico. Esperamos se reencuentre el rumbo hacia la paz, sin dejar de señalar con objetividad las condiciones adversas para renegociar la ruta.