El 7 de abril de 1994 es un día triste en la historia mundial. A partir de esa fecha y por los siguientes 100 días se produjo el más rápido genocidio: murieron 800.000 personas, una mayoría a machetazos y cerca de 500.000 mujeres fueron violadas.
Un día antes, el presidente Juvenal Habayarimana había sido asesinado al ser derribado su avión. Este y otras más profundas causas detonaron el cruento genocidio.
Ruanda, una pobre economía rural sufrió una fuerte sequía y bajos precios del café. A esto se sumó una persistente presión por los escasos recursos producto de una densidad por kilómetro cuadrado de las mayores de África, donde 12 millones de habitantes viven en solo 26.338 km2.
Por otra parte, la época colonial había roto con la armonía entre las más importantes etnias: los hutus, tutsis y twas, y dejó una estela de resentimiento hacia la minoría tutsi, favorecida con un mejor acceso a la educación, el trabajo y el poder.
Con la independencia en 1962, los papeles se revertirían a favor de una resentida mayoría hutu, y ahora serían los tutsis los que sufrirían discriminación opresión y persecuciones, muchas veces forzados a huir a los países vecinos entre las décadas de los 60 y 80.
Descontentos, los tutsis fundan en el exilio el Frente Patriótico de Ruanda (RPF) y la invaden en 1990, hecho que llevaría a negociaciones (Acuerdo Arusha, 1993) que establecieron un sistema multipartidista, un gobierno compartido y el retorno de refugiados bajo la supervisión de la ONU.
Descontentos con el acuerdo, altos miembros del gobierno orquestaron el genocidio en el que el Ejército, las milicias interahamwe y civiles exacerbados por el odio y la propaganda causaron la muerte de cientos de miles de tusis y hutus moderados, en tanto el RPF, en su avance hacia la capital, dejó, aunque mucho menor, otra estela de muerte.
Imperdonablemente, cuando esto sucede, las fuerzas extranjeras presentes, incluidas las de las Naciones Unidas, son retiradas y una dubitativa y temerosa comunidad internacional brilló por su ausencia.
Este capítulo de la historia, junto con el genocidio en los Balcanes dejaron el positivo legado de la creación de un órgano de justicia permanente, la Corte Penal Internacional.
Hago esta reflexión, pues más de un 50% de la población ruandesa, por su edad, no recuerda lo vivido en 1994 y es nuestra misión colectiva educar a las nuevas y futuras generaciones para que la historia nunca se repita.