Desde que ocupó la Casa Blanca, Donald Trump se ha convertido en el más eficaz enemigo del sistema internacional liberal desde que este emergió tras la Segunda Guerra Mundial. Su decisión de reconocer a Jerusalén como capital de Israel y ordenar el traslado de la embajada estadounidense, es el más reciente acto de este alarmante proceso.
No sé si de manera deliberada, o como consecuencia inevitable de sus impulsos, durante 11 meses Trump ha sido más eficaz que la extinta Unión Soviética por 46 años en erosionar el sistema de alianzas construido por Estados Unidos, vulnerar su liderazgo diplomático e ideológico, corroer el abordaje sistémico y normativo de las relaciones internacionales y debilitar arreglos e instituciones multilaterales clave para el mundo.
Los hechos hablan. Sacó a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico, pieza geopolítica y comercial fundamental de su política en Asia, y de la Unesco, agencia educativa, científica y cultural de las Naciones Unidas. Anunció el retiro del Acuerdo de París sobre cambio climático, que se concretará en el 2019. Ha amenazado con desconocer el acuerdo nuclear con Irán, del cual también son parte Alemania, China, Francia, el Reino Unido, Rusia y la Unión Europea. Ha enfriado las relaciones con la OTAN, pilar de su entramado de seguridad, y con aliados europeos clave. Ha exacerbado las tendencias aislacionistas y exclusionistas de importantes sectores de la población estadounidense. Ha puesto en alto riesgo el tratado de libre comercio con Canadá y México. Y ha dado ímpetu a políticos populistas en otros países; entre ellos el mexicano Andrés Manuel López Obrador.
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Quizá su decisión sobre la capital israelí no genere gran violencia: las reivindicaciones de los palestinos –entre ellas a Jerusalén oriental– han perdido apoyo entre las autocracias árabes, más preocupadas ahora con Irán. Pero sí es un serio daño a la legalidad y el consenso internacional sobre el estatus especial de esa ciudad. Además, implica una pérdida de legitimidad estadounidense para arbitrar cualquier posible acuerdo de paz, y un nuevo paso en su distanciamiento de la ONU, Europa y muchos otros países.
Resultado: menor liderazgo, menor credibilidad, más aislamiento y más inestabilidad. El golpe es claro; el responsable, también.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014). Correo: radarcostarica@gmail.com