“A todos mis queridos amigos y amigas costarricenses, mi deseo es que nunca tengan que pasar los difíciles momentos por los que atraviesa mi querida Venezuela”. Estas fueron las palabras de mi querida amiga venezolana, de quien escribí en otra oportunidad.
Cuando las circunstancias parecían no poder empeorar, la realidad es que Venezuela vive la terrible pesadilla de un pueblo desesperado, que ha tomado las calles para protestar frente a un Gobierno que los ha condenado a una inflación del 56%, una asfixiante escasez y alarmantes niveles de violencia.
El presidente Maduro ha respondido con un excesivo uso de fuerza, azuzando además a sus partidarios para que tomen las calles y enfrenten a los confabuladores y enemigos de la revolución socialista.
“Si antes la situación era dura, estas últimas semanas ha sido de horror. Se siente como si estuviéramos en guerra, los anaqueles de los negocios están vacíos, vivimos encerrados y atemorizados ante la violencia en las calles”.
Al momento de escribir esta columna, habían fallecido 13 personas y se reportan decenas de heridos y detenidos. Por otra parte, varias ONG han denunciado violaciones de DDHH, a tal punto que personas leales al chavismo y a Maduro, como el Gobernador del Estado de Táchira José Vielma Mora, expresaron preocupación ante “algunos excesos,” aunque luego se desdijera.
“Los venezolanos nos sentimos coartados en nuestros derechos y libertades más básicas. La violencia amenaza nuestras vidas y propiedades; la gente teme a expresarse por posibles represalias; la libertad de expresión y de prensa han quedado tristemente en el papel.”
Lo que pasará en Venezuela ¿no está, aún, claro? El presidente Maduro ha tratado de desarticular las protestas mediante un llamado a una conferencia de paz, esfuerzo desacreditado por una oposición que cuestiona si hay realmente interés para negociar.
Un halo de esperanza despierta la oferta de intermediación del Sumo Pontífice Francisco I, ante una Venezuela predominante católica, empero las soluciones en modo alguna serán sencillas.
La dependencia del Gobierno venezolano a las exportaciones de petróleo (95% del total), los bajos precios internacionales del crudo, el alto nivel de endeudamiento, y el deterioro del sector privado son problemas estructurales detrás de la inflación, escasez de productos y violencia en una Venezuela cada vez más dividida, de liderazgos disminuidos, tanto en el Gobierno como en la oposición, y un horizonte electoral lejano. Sin duda, deberemos seguirle el pulso a este hermano país, así como a Ucrania, tema de mi próxima columna.