Lo inaudito se nos está haciendo cotidiano. Esta semana, la medalla de oro a lo inconcebible no les puede ser disputada a los aficionados a las carreras ilegales, conocidas como “piques”. Sin pensarlo dos veces, los reyes de la velocidad y el riesgo (propio y ajeno) organizaron el “Comité Cívico Nacional de Motociclistas” para exigir, con una sola voz, la apertura de una pista de carreras, quizá una calle pública, donde puedan saciar su apetito por las emociones fuertes.
Están organizados en un comité, son “nacionales” y ponen por delante los valores cívicos. En consecuencia, se sienten con derecho a ser escuchados y, como el resto de los mortales no presta oídos, decidieron hacerse notar con una manifestación. El viernes, 15 de ellos recorrieron las vías entre la estatua de León Cortés y el Ministerio de Obras Públicas y Transportes, a velocidad moderada.
La lucha cívica (quizá cínica) pretende el cierre de alguna vía para oficializar las carreras o, tal vez, la construcción de una pista donde dar rienda suelta a la diversión. En el primer caso, el obstáculo es el derecho de los demás a transitar libremente por la vía pública. En el segundo, el problema es un presupuesto estatal insuficiente para desarrollar infraestructura básica, no hablemos ya de complacer caprichos.
Al parecer, el reclamo parte del “deber” del Estado de compensar la “persecución” desatada por la Policía de Tránsito contra los picones. Si las autoridades insisten en cumplir la ley, que asuman la responsabilidad de proveer a los fanáticos de las motos un lugar seguro para sus peripecias, libre de multas y decomisos.
El camino está trazado para otros grupos de interés. No tardarán en aparecer el Foro de Conductores Ebrios y el Frente Patriótico de la Caza Indiscriminada. Si unieran fuerzas, es fácil imaginar una pista acondicionada, con dispensarios de licor y corrales para la cría de especies en vías de extinción, parapetados detrás de montañas de llantas o sacos de arena, porque la seguridad es lo primero.
La buena noticia –amén de la desnutrida asistencia a la marcha, que en algo restablece la confianza en la sensatez colectiva– consiste en el acuse de recibo, por parte de los picones, de la actividad policial desplegada para recuperar las vías públicas.
Ya era hora, pero la tardanza no impide celebrar y felicitar a las autoridades por devolver la tranquilidad a las noches, la seguridad a las calles y la majestad a la ley. La inacción del pasado era motivo de sobra para una protesta nacional y cívica, pero las víctimas no siempre disponen de tiempo para organizar un comité. La ley debería bastar para proporcionarles protección.