Si pudiéramos resumir el primer año de gobierno, diríamos que fue un ejercicio insuficiente y polémico, emprendido por una agrupación inexperta en gobernar, y que todavía no ha logrado encontrarse a sí misma. Sus desaciertos opacan sus aciertos. Pero aún está a tiempo de enderezar el rumbo.
Empero, no le será fácil. Tendrá que variar de estrategia política, dejar rodar algunas otras cabezas, aprender a negociar con la oposición, comprarse pleitos con los empleados públicos y abrazar una filosofía económica que no es la suya, más empresarial. ¿Tendrá la fibra política requerida?
Recordemos que el gobierno arrancó mal, con un gabinete disímil e inexperimentado, y en vez de descansar en un ministro de la Presidencia para liderar negociaciones políticas intensas y eficaces, más bien tuvo que sacarle las castañas del fuego. El relevo vino muy tarde para enderezar este primer año crucial. ¿Podrá el segundo en el segundo?
Solís subestimó la fuerza numérica de la oposición, escogió mal a su principal socio legislativo (el Frente Amplio), le dio vuelta al PUSC, malogró su capital político inicial en proyectos irrelevantes y encontró solaz en ceremonias, bailes y viajes al exterior.
Su credibilidad mermó por las contradicciones, desde alejar a su diputado más capaz para abrazar a otro que él mismo repudió en campaña, hasta desdecirse sobre la refinería china, las carreteras a Limón y San Ramón, y la DIS, dejando una estela de dudas. Tampoco se vieron bien los avatares de los viceministros, ceder ante los sindicatos, atacar a la prensa, minimizar la agenda del sector privado para sembrar desconfianza entre quienes invierten y emplean y aumentar el gasto para después exigir, sin rubor, más impuestos.
Sin embargo, aún está a tiempo. Tiene a su favor dos buenos vientos de cola, pero otro muy fuerte en contra. Los de cola son la caída en el precio del petróleo (fortalecido por nuevos hallazgos de esquisto) y las buenas políticas del Banco Central, que han cosechado baja inflación, menores tasas de interés (positivas en términos reales) y estabilidad cambiaria.
El viento que azota la cabina es la brecha fiscal. Erró al subestimarlo (desoyó a Ottón Solís), incrementó el déficit fiscal y, ahora, pretende que le aprueben nuevos tributos sin haber ganado méritos suficientes.
Si le entrara a fondo a las erogaciones, recortara beneficios salariales y auspiciara una nueva “regla fiscal” para contener el gasto futuro, la oposición no tendría más armas para rechazar la reforma tributaria, y podría salir por la puerta grande.
*El autor presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es profesor de Economía y Derecho económico en la Universidad de Costa Rica.