La relación entre las redes sociales, el menosprecio por la verdad y la peligrosa marejada populista mundial no sorprende a Mark Thompson, presidente ejecutivo del New York Times. En el mundo digital, la popularidad es el impulso fundamental de los contenidos. Los “me gusta” o “likes”, el número de “clics” y los “seguidores” son decisivos. Importan más que el mensaje. Por eso, mientras más asombrosa y llamativa la “información”, mejor.
Así aparecen historias como la de “Pizzagate”, una supuesta organización de pedófilos encabezada por Hillary Clinton y su jefe de campaña en asocio con un restaurantero de Washington. Los teóricos de la conspiración son absorbidos por las falsas noticias, las alimentan con su imaginación y crean un mundo paralelo con consecuencias en el mundo real.
La pizzería del cuento fue baleada, el padre de uno de los niños asesinados en Sandy Hook es blanco de amenazas proferidas por quienes niegan el sangriento hecho –montaje de Barack Obama para impulsar el control de armas– y los demócratas perdieron la elección presidencial con tres millones de votos más y menos de un punto porcentual de diferencia en los tres estados decisivos.
Es muy arriesgado atribuir ese insignificante margen a Pizzagate o a la falsa noticia, leída por trece millones de personas, sobre la adhesión del papa Francisco a Donald Trump, pero hubo decenas de mentiras más, algunas de ellas alimentadas por los mensajes electrónicos robados a los demócratas por hackers rusos.
Para no echar toda la culpa a las noticias falsas, es justo mencionar la tendencia de los hackers a revelar verdades incómodas de los demócratas y no de los republicanos, cuyos archivos también vulneraron. Sin embargo, en manos de los difusores de falsas informaciones, los verdaderos correos electrónicos de John Podesta, jefe de la campaña demócrata, se transformaron en base para las “noticias” de Pizzagate.
El populismo siempre utilizó mentiras y medias verdades. Ahora tiene entre manos una poderosa herramienta. Los algoritmos diseñados para destacar los materiales más vistos parecen hechos a su medida. El hijo del futuro consejero de seguridad de los Estados Unidos debió dejar su puesto en el equipo de transición de Donald Trump por sus declaraciones sobre la supuesta red de pedofilia. “Mientras no se pruebe la falsedad de Pizzagate, seguirá siendo tema”, declaró.
Haciendo de lado la imposibilidad de probar la inexistencia de algo –la llamada prueba diabólica o inquisitorial– la verdad es que las teorías de la conspiración siguen siendo tema de todas maneras y el populismo lo sabe.
Armando González es director de La Nación.