Según ciertas ocurrencias noticiosas, hay una gran potencia militar preparada para las guerras climáticas y sísmicas. Sobre las devastadoras perturbaciones atmosféricas recientes, y sobre el terremoto de Haití, se tejen truculentas especulaciones que, al parecer, gozan de demanda en el activo mercado de las fake news. El fenómeno no es más que una forma leve de terrorismo que no ha llegado a provocar pánico y, en cuanto a los propaladores de esas falsas nuevas, seguramente confían en que pocas personas se detendrán a reflexionar sobre la gran cantidad de energía que se requeriría para crear un torbellino de trillones de metros cúbicos de aire o para mover una placa tectónica.
Los crédulos sobran, pero siempre quedará espacio para un “sin embargo”. Cuando todavía éramos capaces de leer hasta las guías telefónicas, recorrimos unas notas, escritas hace unos 520 años, en las que un sabio renacentista le negaba realidad a la nigromancia argumentando que, si esa ciencia existiera, ya habría sido secuestrada por razones militares.
“Cierto es”, leíamos, “que si existiera la nigromancia, como lo creen algunos pobres de espíritu, no habría sobre la tierra nada que la igualara en daño o en provecho del hombre. En efecto, si en ella residiera la facultad de turbar la tranquila serenidad del aire, convirtiéndola en nocturno aspecto; la de poder desencadenar vientos y rayos, acompañados de horribles truenos y fulguraciones en las tinieblas; la de echar por tierra altos edificios y arrancar de cuajo los árboles de las selvas con vientos impetuosos, o exterminar los ejércitos dispersándolos y aterrándolos o, finalmente, causar dañosas perturbaciones atmosféricas que arrebaten a los agricultores el premio de sus fatigas, ¿qué sistema de guerra podría concebirse que tanto perjudicara al enemigo como arruinar sus cosechas? ¿Qué batalla naval se asemejaría a la que libraría quien tuviera a los vientos bajo su comando y en sus manos el naufragio de cualquier flota? La verdad, quien disponga de ese poderío tan avasallador será señor de los pueblos y ningún ingenio humano resistirá a su fuerza destructora”.
Fue fantasioso, pero ojo: aunque escribió sus notas sin ninguna intención profética, el lejano autor hizo referencia a quien “se hará llevar, a través de los aires, de Oriente a Occidente”.
El autor es químico.
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