Siguió el cambio de discurso: perdón, como no es lo mismo verla venir que bailar con ella, nos dimos cuenta de que el déficit sí es un problema. Aún había tiempo para una iniciativa que abordara gastos, ingresos y reformas profundas a la estructura del presupuesto. Dependía de la madurez de todos y el liderazgo y capacidad de uno: el Ejecutivo. Pero brillaron por su ausencia. Lo que debió ser un proyecto integral –o, al menos, secuencial– se dispersó en sus partes.
El gobierno, temeroso de los gremios y otras clientelas, renunció a las medidas estructurales para frenar el gasto. La oposición insistió en que los nuevos impuestos dependían de ellas. El Ejecutivo no ofreció opciones válidas. Se desentendió y vino la parálisis. Las únicas acciones fueron recortes en los egresos discrecionales del presupuesto (menos del 10%), buen manejo de caja y colocación de deuda pública en el mercado interno: el financiamiento externo, que requiere autorización legislativa, ya se había agotado.
Los parches fueron inútiles para frenar la hemorragia. Quizá el gobierno pensó que podría contenerla hasta el 8 de mayo, pero ya explotó, de la peor manera: falta de liquidez para atender necesidades básicas.
Como es usual, el presidente se ha dedicado a trasladar culpas a otros gobiernos (que son reales), a desdeñar las suyas (que lo son más) y a pedir impuestos a los diputados (que no bastan). Pero la pregunta que muchos nos hacemos es esta: ¿dónde está su proyecto para un abordaje múltiple? Si no lo presenta, si no asume el costo político, si no negocia con habilidad y seriedad, difícilmente se logrará algo. El entorno es crítico: falta de credibilidad, campaña a la vista, financiamiento limitado, intereses al alza y agua al cuello. Es hora de que las quejas den paso a la acción.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).