La Sala Constitucional dio su fallo: la colegiación obligatoria de periodistas riñe con la Carta Magna. No hay nada más que hablar.
En el gremio nuestro el pronunciamiento ha provocado desazón, temor e incluso complacencia entre quienes siempre adversaron ese requisito para poder ejercer la profesión.
Es comprensible que muchos colegas sientan aprensión, sentimiento que también embarga a jóvenes que estudian periodismo y quienes, probablemente, en estos momentos se preguntan si valdrá la pena el esfuerzo que están haciendo.
En primer lugar, serenidad. La sentencia de la Sala IV no tiene porqué implicar la desaparición del Colegio de Periodistas, sencillamente indica que la afiliación a este no puede ser coercitiva, sino voluntaria. Como miembro de la corporación creo que debe seguir existiendo, de la misma manera que hay -en muchos países del mundo- asociaciones de prensa encargadas de velar por los intereses de sus agremiados y por los deberes éticos y profesionales.
Segundo: Cuidado con interpretaciones a la ligera. Quienes se imaginen que, tras el citado fallo, el periodismo volverá al estado empírico imperante en 1968 (cuando nace la idea de crear el Colegio y la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva de la UCR), se equivocan de plano.
El vertiginoso avance de la ciencia, la tecnología y de todos los campos del saber (las ciencias sociales no son la excepción), nos obliga a los periodistas a una mayor capacitación. Esta marcará la distancia con el advenedizo, con el improvisado.
No dudo que algunos medios hallen fácil, ahora, contratar gente con poca preparación, a cambio de salarios exiguos. Sin embargo, el público no es tonto y sabrá notar la diferencia entre un periodismo a cargo de un profesional responsable y el ejercicio chapucero.
Animo, colegas. No es la hora de la desgracia ni del derrotismo.