Podría preguntarse si la exhortación, por parte de los políticos, para que los electores dedicaran los días de recogimiento navideño a reflexionar sobre sus intenciones de voto no fue sino un maullido de manigordo en la entrada del gallinero. La comercialización de las tradiciones religiosas que supuestamente inclinarían a la mayoría de los costarricenses a un ejercicio semejante, conduce más bien a una euforia consumista agitada y bulliciosa, en medio de la cual no hay grandes posibilidades de pensar con algún grado de concentración. Y no se trata de poner el grito en el cielo porque las cosas ocurren de ese modo: el sistema funciona gracias, entre otros factores, a las reacciones menos reflexivas de las personas, reacciones justamente convocadas por una publicidad que, para bien o para mal, resulta muchísimo más absorbente y efectiva que la mediocre propaganda de la fase activa de la campaña electoral en curso. Además, se puede esperar que, a causa del calentamiento tardío de esa campaña, la interrupción navideña tenga un desmesurado efecto desmovilizador.
Desde luego, eso no es lo más deseable, y ojalá los votantes –como los activistas profesionales prefieren llamar a los ciudadanos electores– decidan aceptar el reto, se vuelvan, a pesar de todo, un tanto reflexivos durante estos días y decidan no seguir, como lamenta por ahí algún poeta filósofo, “bañándose en una tormenta de ignorancia” ni “venerando tranquilamente lo ininvestigable”. Pese a que el espectáculo propagandístico ofrecido hasta ahora por los partidos carece de verdaderos debates, y se basa en eslóganes por lo general pueriles y en programas de gobierno improvisados y plenos de ocurrencias, para juzgar a una buena parte de los actores bastaría con aplicarles una sentencia evangélica ligeramente modificada: “Por sus frutos los conocemos, y ya sabemos que no se recogen uvas de los espinos ni higos de los abrojos”.
Quizás el mejor insumo para la reflexión de que disponen los electores sensatos sea precisamente el fallido eslogan “Contráteme”, cuyo estrepitoso fracaso no se debió a una intrínseca deficiencia de ingenio, sino al hecho de que resultó ser una redundancia “multiuso”, en el sentido de que una vez enunciado fue aplicable a todos los candidatos inscritos, incluidos los calificables de espinos o de abrojos. La papeleta presidencial que el TSE pondrá en nuestras manos el día de las elecciones es, estrictamente, una solicitud colectiva de trabajo presentada por trece aspirantes al mismo singular contrato. Y, como es muy fácil desechar a los que ya dieron frutos dudosos, estamos preparados.