¿Quién no ha buscado la felicidad a través del amor? Aunque muchos naufragamos persiguiendo un sueño que quizás no ha de llegar, seguimos navegando, a la deriva, en pos de la huidiza barca donde anida el pájaro azul.
Cada vez que estamos cerca, que lo sentimos de verdad, vuela más allá, un salto adicional, para desvanecerse como siluetas en la niebla, agua entre los dedos o el sol al atardecer. ¿Amargura? ¿Decepción? No lo sintamos así. Tras la larga oscuridad de la noche, los cálidos rayos de esperanza siempre alumbran el amanecer para poder seguir amando o volver a empezar.
¿Qué buscaban nuestros ojos? En la juventud, perseguíamos beldades: caras bonitas, cuerpos de diosas, elegantes, complacientes, excitantes. Algunas viajaron dentro y fuera de nuestras vidas dejando el perfume del efímero amor, mientras la intuición decía que partirían para no volver jamás. ¿Irían también en pos de propios sueños? Imposible guardarles rencor. Tal vez, les fue mejor. Eran solo quimeras, veleidosas palmeras de redondos frutos y finas caderas mecidas por la caprichosa brisa del verano, a las orillas del mar.
En la madurez, el amor cambia de forma y sentido. Más condescendiente sobre la tez y figura, se torna conciliador. Valora otras cualidades más espirituales y constantes, todas pintadas de azul: entereza, bondad, compañerismo, solidaridad, entrega. Quien tenga una buena mujer a su lado que la atesore; el que no, a seguir la búsqueda incesante del pájaro azul.
En la vejez, la realidad golpea. El espejo no engaña. Siempre perseguimos al pájaro azul, mas nos despojamos de prejuicios al juzgarlas, en la espera de que ellas también lo hagan. Ya no buscamos el sueño febril del verano ni la apacibilidad del otoño, sino algo más profundo: el calor del fuego hogareño para pasar juntos el frío invernal. ¿Recuerdan Vocativo sentimental de don Víctor Guardia Quirós (mi abuelo), publicada en Escarceos literarios ? Escribió: “Vejez, me arrancaste de los brazos de la amante, pero el espíritu reclina mi cabeza en el cálido y propicio regazo de la esposa. La caricia que la manceba esquiva es grata en la mejilla de los hijos, que la devuelven presurosos”. Al igual que en las obras homónimas de Maurice Maeterlinck, Rubén Darío y Charles Bukowski, en todas las etapas de su vida supo liberar el pájaro azul preso en su corazón. Nunca se rindió. Abrió el pecho para enfrentar al amor sin temor a ser herido por el dardo embriagador del gran arquero.