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Otra vez

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Después de leer lo que los costarricenses expresan en las redes sociales sobre el acuerdo que busca poner fin a las hostilidades entre el Gobierno de Colombia y una agrupación guerrillera, podríamos afirmar que nuestros compatriotas exhiben al respecto un optimismo a lo sumo moderado. Si bien parece dominar un sincero deseo de que este sea un paso efectivo hacia la paz permanente en aquel hermano país, produce desaliento el nada despreciable número de compatriotas que apuestan a que el acuerdo es tan solo el inicio de un proceso destinado al fracaso. Quienes opinan de esta manera esgrimen una gran diversidad de argumentos, algunos ominosamente razonables, pero en algunos casos parecen acogerse al cínico precepto según el cual un acuerdo de paz entre quienes en efecto se han hecho la guerra no es más que un armisticio solapado; lo cual lleva a la conclusión desoladora de que los acuerdos de paz solo tienen sentido entre grupos o Estados que nunca se han batido entre sí y que una paz duradera solo puede darse si viene precedida de una victoria militar aplastante, de preferencia aniquiladora. En fin, siempre habrá quienes crean que la paz será más sólida y duradera cuanto más cercana sea a la paz de los sepulcros, a una paz perpetua kantiana declarada únicamente para los planetas deshabitados.








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