La discusión entre economistas liberales sobre la nueva política macroeconómica versó sobre los regímenes monetario y cambiario del Banco Central, pero dejó la puerta para discutir otros aspectos, como el déficit fiscal y las pérdidas del Banco Central y sus efectos en la inflación futura.
Se discutieron dos enfoques: uno más liberal o de mercado; otro más “dirigista”, similar al actual. Ninguno prevaleció sobre el otro. Lo interesante es que varios nos matriculamos parcialmente en los dos. Lo más reconfortante es que ninguno se inclinó por disparar la inflación.
El primer enfoque (libre mercado) aboga por asignar al Banco Central el deber primordial de mantener una baja inflación, alrededor de un 2 o un 3% anual, similar a la de los socios comerciales. Para lograrlo, los instrumentos de política monetaria deben concordar con esa meta. La tasa de política monetaria del Banco Central sería la principal variable de ajuste, arriba o abajo, para hacer concordar las expectativas y la inflación observada con las metas propuestas. Para evitar que la política cambiaria se inmiscuya indebidamente en la meta inflacionaria, la flotación debe ser limpia y el saldo de reservas monetarias internacionales limitada.
Bajo el segundo enfoque, las autoridades podrían “manosear” más libremente el sistema monetario para lograr otros objetivos ajenos a la inflación, como la producción y el empleo. Sin duda, la gran tentación. No se casarían con una meta conservadora de inflación para no renunciar a estimular la producción.
Podrían aumentar la emisión y crédito para estimular la producción mediante mayor consumo e inversión, siempre y cuando exista una brecha entre el PIB observado y el PIB potencial (brecha del producto). Más allá, sería inflacionario. Los instrumentos se manejarían a discreción (al ojo). La emisión y crédito podrían superar las permitidas en el primer enfoque, la política cambiaria no se dejaría por la libre (el tipo de cambio asumiría un valor real sin comprometer la tendencia del mercado), y el Banco Central podría intervenir. Las reservas asumirían un papel estabilizador.
¿Cuál de los enfoques es mejor? ¿Cuál lograría mayor estabilidad del IPC, tipo de cambio y contribuiría más a maximizar la producción y el empleo a largo plazo? No lo podría decir. No sé con precisión la respuesta. Reconozco que distintas personas pueden tener diferentes preferencias. La única conclusión, de momento, es que debemos profundizar la discusión. Eso es angustiante, pero, a la vez, lo más estimulante de nuestra profesión.
(*) El autor es abogado y economista. Fue presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es, además, profesor de Economía y Derecho económico en la Universidad de Costa Rica.