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Seguimos con curiosidad la campaña publicitaria que propicia el Tribunal Supremo de Elecciones con el fin de despertar el interés de los ciudadanos en los comicios municipales de febrero próximo. Es, sin duda, un empeño saludable; pero, si bien es posible que con ella se logre incrementar la concurrencia a las urnas, también es cierto que se inició cuando los electores ya no disponíamos de tiempo ni, mucho menos, de espacio político para influir efectivamente en la integración de unas papeletas que, en lo más importante, terminaron siendo –como escribiría Borges– “perpetradas en los conciliábulos” de los partidos políticos inscritos a escala nacional.








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