El que un político costarricense haya recurrido a la idea del “reseteo” de las computadoras como metáfora para expresar lo que él piensa que debe hacerse con nuestro país, provocó la urgente convocatoria de uno de los círculos pensantes de la calle de la Amargura. Estuvimos ahí por casualidad, no porque nos hubieran invitado, y, aunque tenemos la impresión de que la presencia de intrusos le restó espontaneidad y profundidad al debate, creemos que fue muy interesante y, por ello, lo resumiremos en unas pocas líneas, con la esperanza de que las luces que de él emanaron iluminen a buena parte de la colectividad nacional.
El más perspicaz de los asistentes comenzó haciendo ver que el autor de la metáfora debió mostrarse más prudente y hablar de “reprogramación”, no de “reseteo”, ya que esto último implica el borrado total de la memoria de la computadora y, al parecer, esa no era su idea. Alguien replicó que justamente eso fue lo que propuso el político de marras: que el país entre en un estado de amnesia definitiva y todo sea borrón y cuenta nueva. “¿Perdón y olvido?”, preguntó otro, y el siguiente aclaró: “No, sin complicaciones, nada de perdón; olvido y a otra cosa”. Tras un aturdidor silencio, roto solamente por el ronroneo de muchos cerebros en acción, el poeta de turno cerró los párpados y dijo ensoñadoramente: “Eso sería lindo, algo lleno de auténtico lirismo; olvidaríamos las deudas, los fracasos amorosos, los votos de pobreza y los resultados de los últimos partidos del Campeonato Nacional de Fútbol, morirían los agravios y se abrirían las puertas de las cárceles, se archivarían todos los procesos judiciales y, en la de menos, del reseteo saldría la desaparición de los registros catastrales y se podrían hacer de nuevo denuncios de tierras”.
Con otras intervenciones del mismo jaez se fue aclarando lo que sería el futuro en una patria bien reseteada, con todas las leyes derogadas, la Constitución Política olvidada, los partes de tránsito anulados y las sentencias sobre pensiones alimentarias sin efecto; pero, al igual que ocurre con todos los sueños colectivos, este terminó en catástrofe cuando el más prosaico de los concurrentes, tal vez un infiltrado neonazi, dijo: “Colegas, lo que ustedes están pensando gracias al metaforazo es, más o menos, lo que hicieron en Rusia a partir de 1917, cuando comenzaron por enterrar literalmente al zar y a su familia, y al cambio que siguió lo llamaron ‘revolución’. ¿Creen que sea necesario resucitar a Lenin?”. Providencialmente, en aquel momento apareció un vendedor de lotería y casi todos corrieron a comprarse “un pedacito”.