Esta es mi visión de lo ocurrido en economía en estos primeros dos años. Trataré de ser objetivo.
Desaciertos. Fue una novatada oficial subestimar el impacto del déficit fiscal y disparar el gasto al rubricar el primer presupuesto propio (21%). Les faltó visión y fundamento. O, quizás, los traicionó su ideología estatista y dispendiosa. El error se magnificó con el falaz discurso de que el gobierno ya había hecho la tarea y a la oposición le correspondía aprobar impuestos sin más dilación. Si Hacienda es la que falló, ¿qué nos dicta la razón? Renovar el ADN en esa cartera, aunque sea políticamente incorrecto decirlo. Pero la oposición legislativa también falló al no aprobar los proyectos del Ejecutivo para controlar y reducir el gasto público. Está morosa.
Logros. El otro gran brazo de la política macroeconómica, en cambio, se ha desempeñado bien. Las cifras escriben su propio discurso. El índice mensual de actividad económica (IMAE), cuyo declive arrancó en el 2013, repuntó vigorosamente a mediados del 2015 para sembrar las bases para un crecimiento de la producción del 4,2% real en el 2016 y 4,5% en el 2017. Todos los rubros van al alza, desde exportaciones de bienes y servicios, finanzas, construcción, industria e, incluso, la alicaída agricultura. Les alumbró el sol de menores precios del petróleo para incrementar el ingreso disponible e impulsar el mercado interno.
La política monetaria en el 2015 contribuyó a la reactivación, aunque con algún rezago. Cayó la inflación al nivel más bajo de las últimas décadas; bajaron las tasas de interés, la liquidez y crédito lubricaron la demanda interna (sin recalentar la economía) y el país recobró la estabilidad cambiaria perdida justo antes de la pasada elección. Se liberó el mercado cambiario que, por años, se pospuso sin razón, se adoptaron nuevas metas de inflación (también pospuestas en administraciones anteriores) y se reformó el cálculo de la tasa básica pasiva para dar respiro a los deudores. Todas ayudarán a preservar el poder adquisitivo de los salarios y reducir la pobreza y desempleo. Pero habrá que darles un tiempito para que florezcan a plenitud.
Retos. Sobra decir que el fiscal descuella entre todos. La escasa visión oficial y la morosidad de la Asamblea los mantienen en un impasse que compele a la inacción, sin liberar tiempo ni espacio para emprender las otras reformas estructurales que necesita el país. ¡Lástima! Podrían haber dado un salto cualitativo. Nuestro innato pesimismo sugiere que continuará el estéril impasse. ¿Se quedarán a medio palo?
Jorge Guardia es abogado y economista. Fue presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es, además, profesor de Economía y Derecho Económico en la Universidad de Costa Rica