Dicen que una golondrina no hace verano. Pero en el otoño de su mandato, el gobierno de don Luis Guillermo Solís está tratando de recuperar el cálido sol del financiamiento externo. Una buena entrada de dinero, aunque sea del tipo golondrina, le ayudaría a cubrir el gran faltante fiscal, al menos hasta abril del año entrante.
De ahí que el gobierno haya propuesto dos medidas. Una es obtener la autorización de la Asamblea para emitir bonos de deuda externa. La otra es derogar la ley contra capital golondrina.
La justificación para ambas medidas es la misma: al país no le conviene dejar por fuera una posible fuente de financiamiento, sobre todo en momentos de desbalance fiscal. El ahorro externo constituye una importante fuente de recursos, que puede ayudar a financiar necesidades que el ahorro nacional no logra cubrir.
Financieramente, tiene razón. Sin embargo, también es cierto que el abuso del endeudamiento externo ha llevado a muchos países a crisis económicas de grandes magnitudes. Solo basta con acordarnos lo sucedido en nuestro país a inicios de los ochenta o, más recientemente, en Grecia.
Mientras los recursos del exterior fluyen en grandes magnitudes hacia un país, todo se ve muy bien. Lo malo no se nota, encubierto por la falsa bonanza. La gente tiende a pensar: si estamos tan bien, ¿para qué cambiar lo que estamos haciendo? Pero cuando el dinero deja de entrar, las cosas empiezan a no verse tan bonitas. Ahí es cuando hay que correr a corregir todo lo que no estaba bien, antes de que sea tarde.
En su momento, cuando la Asamblea autorizó al gobierno a emitir bonos de deuda externa, allá en el 2012, se dijo que era “por mientras tanto”, para “dar chance” a hacer los cambios estructurales que redujeran el déficit fiscal.
La ley contra el capital golondrina, del 2014, se justificó bajo la idea de evitar los supuestos efectos perniciosos de las entradas masivas de dinero del exterior. Y eso suele suceder cuando los especuladores internacionales se aprovechan de las altas tasas de interés locales que generan los problemas fiscales.
Varias años después, poco ha cambiado. Seguimos dando chance a buscar la solución permanente al problema fiscal. Mientras tanto, vamos tapando nuestras debilidades y alimentando la especulación con tasas de interés al alza.
Como dijo Warren Buffett alguna vez: “Cuando la marea baja, se descubre quién estaba nadando chingo”.