Los datos no hablan. Nunca. Otra cosa es que uno los ponga a cantar. Decía en son de broma un profesor mío: “Torture los datos hasta que confiesen” …y vieran que al rato confesaban. Por eso, como las estadísticas siempre se pueden acomodar, cuando hay datos de por medio debemos fijarnos en el menudo para no irnos de pollos.
Hace unos días, la Superintendencia de Telecomunicaciones (Sutel) publicó los indicadores sobre el desempeño de las telefónicas. Fatal: ninguna le llega a la velocidad o tiene la cobertura que ofrece (aunque cobran como si la dieran). No cumplen. Ahora, adivinen cuál de las dos opciones es la cierta (les doy tres oportunidades para acertar la correcta): (a) Las compañías reconocieron que no dan la talla y prometieron mejorar; o (b) las compañías salieron a competir entre ellas, a campo pagado de página entera, “informando” al público cuál había salido mejor (y cero promesa de mejoras).
Al día siguiente, para rematar, sale la noticia de que en velocidad de datos desde móviles estamos entre los últimos lugares del mundo… Hubo silencio en la arboleda y, como en la oscurana, solo se oyó el ruido de las chicharras. Las telefónicas se quedaron mudas.
Pues así estamos, que nos ven la cara de tontos, asunto que me recuerda un viejo chiste. Resulta que allá por los años sesenta del siglo pasado, cuando la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética estaba en lo más y mejor, sus gobernantes se pusieron de acuerdo para definir quién iba a mandar en el mundo: los presidentes harían una carrera alrededor de la Plaza Roja y el que ganaba mandaría en adelante. Hacen la carrera y gana el gringo. Se les plantea el dilema a los periodistas rusos de cómo dar la noticia y finalmente la redactan: “Ayer hubo una carrera para decidir quién manda en el mundo. El imperialista llegó de penúltimo y nuestro glorioso jefe obtuvo medalla de plata”.
No, señores de las telefónicas, así no. No maquillen datos. Mejor expliquen por qué no cumplen (quizá hay explicaciones razonables) y digan cómo harán bueno lo que ofrecen. Eso es lo que corresponde y no danzar frente a consumidores que pagan y sufren.
Las estadísticas son una herramienta poderosísima en manos de la ciudadanía cuando los datos están bien elaborados, su interpretación es leal con los resultados y no se masajean para que digan lo que uno quiere decir. Por supuesto que puede haber divergencias honestas, pero eso es otra cosa. No defendamos lo indefendible maquillándolo: ningún bien se le hace al país.