Un amigo me dijo, hace ya varios años, que “una buena idea la puede tener cualquiera. Lo importante es su realización, que siga siendo buena, o hasta mejor, luego de ejecutarla”. Hablábamos sobre un bellísimo espectáculo que él, pianista, y un fotógrafo habían montado.
Sin embargo, siempre me pareció que la suya era una reflexión universal sobre el elusivo oficio de la creatividad. Era, además, una cavilación exigente, pues desplaza el desafío principal del terreno de la inspiración hacia el de la ejecución, allí donde las papas queman y hay que mezclar imaginación y conocimiento con perseverancia, disciplina y mucho trabajo; cosas, por cierto, que no venden en la botica.
Estamos claros: sin una buena idea inicial no hay nada. La inspiración es la arcilla original, pero el verdadero secreto está en darle forma, en el cuidado que debe tenerse a la hora de comer uñas en las pruebas, en el aprendizaje que encierra el tanteo y error, en luchar contra las resistencias.
Mucha gente dice ser creativa porque tiene buenas ideas. Eso no es serlo. La clave está en el emprendimiento, en la iniciativa que pone a caminar a una buena idea.
¿Cómo ser creativo en una sociedad que, como la nuestra, es adversa al riesgo y está envuelta en prácticas que penalizan al emprendedor que se equivoca y premia el éxito rápido obtenido mediante astutos golpes de mano, donde se glorifica el procedimiento y se desprecian los resultados? Siendo “jupón” todos los días, pero “jupón” en serio.
Y a los que están pensando en que solo me estoy quejando de la burocracia pública, les digo que están viendo parte del problema: la falta de creatividad cruza también al terreno privado.
Mi ejemplo emblemático del bloqueo al emprendimiento es el café. Por más de 150 años, los cafetaleros se contentaron con exportar el grano de oro y desoían propuestas para innovar. ¿Para qué, si estaban cómodos? Tuvo que ser un emprendedor extranjero, quien desarrolló una marca tremendamente exitosa, el que les probara la existencia de un mundo más allá de la exportación de la materia prima. Luego, por supuesto, todo el mundo copió.
Casos contrarios de emprendedores exitosos fueron el de los creadores, aquí, de la industria de las tecnologías de la información, a finales del siglo pasado y, más atrás, en los cincuenta, el de los que establecieron el ICE como empresa clave. Pienso que el futuro de este pequeño país, con poco territorio y recursos, dependerá de cuán buenas sean las cosechas de emprendedores. Así de simple, así de complejo.