Los conflictos entre figuras de la realeza saudita empiezan a inquietar a potencias amigas, sobre todo, Estados Unidos. El tema central del pleito es quién efectivamente heredará el trono. La cuestión ha salido a la superficie por el escogimiento de facto del príncipe real Mohammed bin Salman, hijo del rey Salman y su presunto heredero, como superministro en funciones.
Como bien ha señalado el Financial Times, su juventud, con 33 años de edad, ha sido una de las críticas más mordientes y solapadas. Estas han subido de volumen con la adopción de un programa económico de diversificación para el cual hay una aparente resistencia entre círculos que alegan ser más sapientes. Algo de esto por la vía de los chismes.
Sin embargo, el enfoque del programa no es verdaderamente el meollo del problema. El centro de discordia es quién será el futuro gobernante, una faceta que se discute pero no osa mostrarse en público. Entre tanto, docenas de críticos ya pararon en la cárcel, no necesariamente en los lujosos recintos del Hilton local.
En este sentido, no es dable olvidar que Arabia Saudita encabeza un movimiento de gran envergadura e importancia en el combate del terrorismo internacional, contrario a la praxis de la monarquía de Catar, que se tomó el lujo de echar al cesto el dictado del rey saudita. A Catar se le imputa la protección del terrorismo, que incluye subsidios financieros y facilitación de viajes para lóbregas figuras. Recordemos que el dinero no es problema para la monarquía catarí.
Completa la visión del absolutismo saudita, la desaparición de miembros de la realeza y muchos más. En los últimos tres años, al menos tres príncipes sauditas han desaparecido sin dejar rastro. Tenían en común una actitud crítica frente a la monarquía y todos se esfumaron como por arte de magia. Debemos señalar que uno de ellos había escrito un libro insultante para el monarca. Similar destino tuvo otro que desplegó una campaña por Twitter contra el rey.
Hubo también el caso trágico de un príncipe, previamente leal súbdito del monarca, que se desapareció de un centro hospitalario en Estados Unidos. Nada se volvió a saber de él, aunque se especula que fue secuestrado y acabó en una prisión militar saudita. Desde luego, nadie osa preguntar por su suerte.
No podemos soslayar la aseveración de que el destino de los desafortunados nobles de Riad semeja episodios trágicos en Pionyang. Al fin de cuentas, hay cierta similitud en la conducta de ambos regímenes.