No se puede decir que fue sorpresa. Era cuestión de tiempo para que la deuda pública de Costa Rica perdiera su grado de inversión. La agencia calificadora Moody's ya había advertido que el país mostraba ciertas debilidades que debían ser atendidas. Como no lo fueron, nos bajaron la calificación a grado especulativo. Estuvimos en primera división, pero nos descuidamos, jugamos mal, y ahora vamos de nuevo a segundas.
Moody's advierte que Costa Rica tiene una debilidad institucional: cuesta mucho llegar a acuerdos. Por eso, no se han aprobado las reformas fiscales necesarias en los últimos años, ni Moody’s cree que la Administración Solís pueda lograrlas en los próximos dos años. Además, ha habido un incremento insostenible de los gastos, sobre todo en salarios y transferencias. Como el país no ha sido capaz de restringir esos aumentos, ahora le resulta muy difícil, políticamente, recortarlos. Si a esto le sumamos que las medidas correctivas anunciadas por el Gobierno no parecen ser suficientes para solucionar el problema, Moody’s cree que el déficit fiscal seguirá creciendo, lo que compromete la capacidad del país para pagar su deuda en el futuro.
Es curioso que no hayamos podido ponernos de acuerdo para solucionar el problema del déficit, pero sí lo hayamos hecho relativamente fácil para aumentar gastos. A través de los años se han aprobado múltiples leyes que obligan al Gobierno a gastar cada vez más. No importa si existe contenido económico para enfrentar esas obligaciones, ni cuál será el resultado final del gasto. Lo que importa es que se gaste: un tanto por ciento del PIB para esto, otro tanto de aquel impuesto para lo otro, una tajada del presupuesto fija para aquello, un equis por ciento de aumento anual automático para aquellos, y, así, muchos ejemplos más.
Claro, es muy fácil gastar el dinero de los demás. Por eso, hay que aplaudir el esfuerzo que hace el diputado Ottón Solís de escudriñar cada rincón del presupuesto, buscando gastos superfluos. También es buena la solicitud del PUSC de pedir que sea el Gobierno el que rebaje los gastos, antes de aprobar el presupuesto. La frugalidad es vital en tiempos de crisis.
Lo que hay que tener claro es que, a estas alturas, la solución al déficit no puede ser sin dolor. Sea por la vía de más impuestos y/o menos gasto, a todos nos va a doler. De ahí, la importancia de que, en las mesas de diálogo convocadas por el Gobierno, lleguen todos los sectores con una actitud constructiva. Si alguno llega con la esperanza de librarse del dolor, o de endosárselo a otros, será imposible llegar a acuerdos sostenibles. Tenemos la oportunidad de demostrarle a Moody’s –y a todos los inversionistas que nos están prestando plata– que en este país sí podemos llegar a acuerdos de cómo recaudar mejor los impuestos y gastar menos. Solo así podremos ascender de nuevo a primera división.