Había una vez una familia en la que todos sus miembros tenían una vida muy cómoda. El padre, ya fallecido, les había dejado una buena herencia. Su nivel de educación y empeño por el trabajo les permitía un buen ingreso. Su casa era la más ordenada y limpia del vecindario, lo cual generaba algunos celos entre los vecinos.
El mayor de los cinco hermanos era el encargado de administrar los bienes de la familia, de hacer crecer sus activos y del mantenimiento de la casa. Gracias a su labor, la familia tenía un buen hogar para vivir y desarrollar al máximo sus capacidades de trabajo. Entre todos habían acordado aportar un porcentaje de su ingreso para el mantenimiento de la casa. De esa manera, el hermano mayor vivía muy cómodo.
Al segundo hermano le había costado un poco más el estudio, por lo que nunca terminó la secundaria. Eso lo compensaba con mucho empeño en su trabajo. Los otros tres hermanos habían tenido una muy buena educación, por lo que les era fácil conseguir trabajo bien remunerado. Eso les permitía vivir bien y, además, hacer el aporte solidario a la familia.
Pero, con el tiempo, la situación de la familia se empezó a complicar. El hermano mayor no volvió a actualizar sus conocimientos, descuidó la administración de los activos de la familia, y la casa ya no se veía tan ordenada. La herencia se empezó a diluir, y ya no alcanzaba para que todos vivieran tan cómodamente.
El segundo hermano empezó a tener problemas graves para conseguir trabajo. Su bajo nivel de educación no le permitía acceder al mercado laboral moderno. El cuarto de los hermanos sí tenía un buen trabajo, pero no le gustaba aportar al presupuesto familiar. Mentía sobre su ingreso real, para aportar menos de lo debido. Al más joven de los hermanos ahora le costaba conseguir trabajo, por haber estudiado una carrera poco práctica. El único que tenía un buen ingreso y hacía el aporte solidario a la familia, de manera correcta, era el tercero de los hermanos.
Las finanzas de la familia cada día eran peores, producto de la combinación del poco ingreso que generaban algunos hermanos, el poco aporte de unos, la mala preparación de otros y la mala administración de parte del mayor. Para compensar, el hermano mayor les pedía a los demás que aportaran una mayor porción de sus ingresos. Pero los demás le contestaban que, más bien, él debería ser mejor administrador y cuidar mejor los gastos. Surgieron también pleitos entre ellos por lo que aportaban unos y otros, tanto en dinero como en trabajo. El triste final de este cuento es que, mientras se ponían de acuerdo en cómo resolver el problema, la situación de la familia ya no se veía tan bien desde afuera. Ya no los veían como los más felices del barrio, ni generaban tanta envidia.