El presidente designado del Banco Central, Olivier Castro, tiene un gran reto. Ante la reciente devaluación del colón, se ha generado un ambiente de incertidumbre. Hemos tenido 22 años de minidevaluaciones y siete de bandas cambiarias, en los que el tipo de cambio ha sido relativamente predecible. Ahora pasamos a una nueva etapa de cuasi flotación, en la que será don Olivier quien nos deba guiar por este nuevo mar de aguas inexploradas para muchos.
De momento, don Olivier ha dicho que quiere llevar el tipo de cambio a un nivel “aceptable” desde el punto de vista de los fundamentales de la economía. Además, ha dicho que bajará el techo y reducirá el rango de las bandas, a fin de buscar una volatilidad menor en el tipo de cambio. Son dos objetivos, por lo que el reto es doble.
El primer reto consiste en compatibilizar los distintos criterios que la gente tiene sobre cuál es ese nivel “aceptable” de tipo de cambio. Hay quienes quisieran que la devaluación sea aún mayor de lo que llevamos en el año. Si así fuera, exportadores y productores nacionales ganarían más competitividad versus los productores de otros países. Los que tienen ahorros en dólares también estarían más contentos. Pero los que importan productos o materias primas, los que tienen deudas en dólares y los que ahorran en colones, quisieran que el tipo de cambio vuelva a los ¢500 por dólar. O menos, si fuera posible.
Escoger ese nivel de tipo de cambio “aceptable” es sumamente difícil. Se pueden hacer modelos teóricos que indiquen un nivel aproximado de tipo de cambio de “equilibrio”, ceteris paribus . Pero, al día siguiente, el ceteris deja de estar paribus , y todo cambia. La economía es muy dinámica como para que un pequeño grupo trate de fijar un precio tan importante como el tipo de cambio. Por eso, don Olivier nos dice que debe haber cierto grado de flexibilidad, para que no se convierta en un tipo de cambio fijo.
He ahí el segundo reto: cuánta volatilidad permitir. Mucha volatilidad no es buena para la toma de decisiones económicas. Pero, en el otro extremo, si se quiere eliminar totalmente la volatilidad y el riesgo cambiario, alguien deberá asumirlo. La gente podría estar muy cómoda, pero seria el Banco Central el que tendría un enorme problema. La historia está llena de ejemplos en que se quiso limitar en extremo los movimientos de tipo de cambio, y terminaron en grandes crisis financieras. La gente lo termina pagando, eventualmente, con mayor volatilidad, a través de devaluación e inflación elevadísimas.
La tarea no es fácil. Don Olivier deberá combinar la sapiencia de su experiencia acumulada y el conocimiento técnico de las nuevas generaciones de economistas que el Banco Central ha venido preparando en años recientes.