Una parte de la “Consolidación Fiscal” que propone el Ministerio de Hacienda para resolver el problema de las finanzas públicas va por el lado del ingreso. Nuestro sistema tributario se ha vuelto obsoleto, enmarañado y distorsionante. En los últimos 30 años se han hecho múltiples reformas tributarias, pero todas han sido tipo “parche”. Se le agregan nuevos impuestos por un lado, pero se le quitan, vía exoneraciones, por otro. Se han creado muchísimos impuestos pequeños, que a la postre cuesta más cobrarlos que el dinero que recaudan. Basta poner el ejemplo de algunos timbres.
El sistema es enmarañado, porque tiene muchas excepciones y reglas complicadas. Eso les dificulta a los que quieren pagar impuestos saber cuánto tienen que pagar. Y a los que no quieren pagar impuestos, más bien les facilita el trabajo, ya que se abren portillos para eludir y evadir el fisco.
Nuestro sistema tributario, además, es distorsionante. En muchas ocasiones se inventan nuevos impuestos que buscan “arreglar” algún problema de un grupo específico. Luego se inventan tasas diferenciadas para actividades particu-lares. Y se remata agregando exoneraciones a otros grupos, con el fin “ayudarlos”.
El impuesto a pagar depende, por lo tanto, del tipo de renta o de actividad que la persona tenga. Por ejemplo, si alguien invierte su dinero en un instrumento financiero, puede pagar impuestos del 0,8%, 15% o 30%, según sea la fuente. Pero, si lo invierte en una empresa, puede pagar hasta el 40,5% de impuesto (30% sobre utilidades, más el 15% cuando se reparten dividendos). Si lo invierte en una cooperativa, una asociación solidarista o una empresa de zona franca, no paga impuestos. Si obtiene ganancias de capital, puede ser que pague, o no, impuesto de renta, dependiendo de donde provengan esas ganancias. Si es asalariado, además de pagar impuesto de renta, está gravado con cargas sociales (para financiar la CCSS, el IMAS, el INA y el Banco Popular). Si se dedica a actividades profesionales, paga impuestos según el régimen en que se encuentre.
Toda una maraña de impuestos que dificulta las decisiones económicas, pues las hace dependientes no de dónde es mejor invertir el dinero o ponerse a trabajar, sino de la posibilidad de entrar en un régimen particular. La pérdida en eficiencia que esto causa en la economía se paga con un menor crecimiento económico.
Pero, además, este sistema es injusto. Dos personas con el mismo nivel de ingreso pueden terminar pagando tasas de impuestos muy diferentes. De ahí que es de aplaudir que una parte de las propuestas que hace Hacienda vayan guiadas hacia la simplificación del sistema tributario para hacerlo más efectivo, eficiente y justo. La dificultad estriba en cómo evitar que las mesas de diálogo se conviertan en plataformas para los grupos que buscan privilegios.