La idea era insólita, pero la maestra de Ciencias, antes que arrugar la cara ante esos dos escolares de 8 y 9 años que deseaban ver al manatí convertido en símbolo nacional, respondió con entusiasmo. Ese “sí se puede” de Yanette Ibarra Chavarría se transformó, cinco años después, en la Ley de Declaratoria del Manatí ( Trichechus manatus ) como Símbolo Nacional de la Fauna.
En esta mujer de 53 años, con 35 de trabajo, hay un ejemplo de cuán influyente es la actitud del maestro para educar y transformar la sociedad.
Cuando Fabiola Salas y Aldeír Cortés, alumnos de la Escuela de Limoncito, llegaron a decirle: “Queremos que el manatí sea símbolo nacional”, como otros símbolos que habían visto en clase, ella pensó en positivo. “¿Quién me podrá ayudar con estos chiquitos? Anduve preguntando por toda la escuela cómo hace uno para enviar algo a la Asamblea Legislativa, hasta que me dijeron que solo a través de un diputado... Y busqué al de Limón, en ese entonces don Rodrigo Pinto. Fabiola y Aldeír hicieron la carta, les ayudé en eso, y nos fuimos con los papás a buscar al diputado”.
El legislador acogió la idea, pero faltaba convencer a otros 56. Cartas iban y venían. Más de 114 enviaron. Ella, los niños y sus padres también iban y venían entre Limón y San José para promover la idea en la Asamblea. Hasta eso aprendieron... a hacer cabildeo, lobby , dice ella.
El martes 29 de julio, cinco años después del chispazo de esos niños, 46 diputados votaron por unanimidad la declaratoria para proteger del hombre a este mamífero en peligro de extinción. El hombre es su único depredador y, si se le cuidara, llega a medir 5 metros, pesar 500 kilos y vivir 70 años. Yanette lloró cuando los vio votar. Se cumplía un sueño de Fabiola y Aldeír que ella hizo propio.
¿Qué lleva a un educador a convertir una idea de dos niños en una ley nacional?
Ella, sentada en su casa, el lunes pasado en la noche, lo resumió en una palabra: “Es la perseverancia”. Pero agrega otro ingrediente: “Un maestro al que le guste, que esté enamorado de su trabajo y de sus niños... si el maestro está enamorado, lo logra. Yo nací para esto”.
Hoy, gracias a dos niños, y a una maestra con vocación, el Estado se obliga a sensibilizar a la población para cuidar a esta especie y su hábitat. Eso es ejemplar en el mundo. También lo es la tenacidad de estos limonenses imprescindibles.