El relato de hoy no se refiere al príncipe de Maquiavelo, ni mucho menos al principito de Saint-Exupéry, sino a una figura auténtica de la actual realeza saudita, el príncipe de la corona, Mohámed bin Salmán, hijo del actual monarca, que decidió limpiar su futura corte de poderosos enemigos, todos con una cargada contabilidad de fechorías y asesinatos.
A la hora de las verdades, este conjunto adverso no cejaría en cortar, literalmente, cabezas, empezando por la del heredero de la corona real saudita y sus aliados. En realidad, este curso de anticipación correctiva empezó poco antes con un primo del monarca designado, quien resultó ser aliado y socio de los iraníes, enemigos acérrimos de la casa real saudita.
Pues bien, el monarca in fieri ordenó detener príncipes, sheikhs y parientes sospechosos, pero no como presidiarios comunes, sino como señores en el más lujoso hotel de Riad, el Ritz-Carlton. Parecía un ejercicio de diálogo bajo presión con quienes, hasta ahora, gobernaban en Arabia Saudita. El clima de crisis fue acentuado por el impacto de un misil en Riad, despachado posiblemente desde Yemen. Por otra parte, Washington le dio su bendición posterior a las acciones tomadas.
La magna operación de limpieza preventiva se justificaba, a ojos de la nueva clase gobernante, ante la luminosa agenda de gobierno del joven (32 años) príncipe Mohámed bin Salmán, quien ambiciona transformar Riad en un centro global de tecnología avanzada. Desde hace varios años la monarquía estableció un régimen amplio de becas en Estados Unidos y Europa para jóvenes prometedores, no necesariamente de la nobleza. Uno de esos antiguos becados en Washington es hoy el secretario de Relaciones Exteriores de Riad. Igual sucede en el ámbito de las finanzas mundiales.
Entre los objetivos del nuevo monarca, está diversificar la producción de Arabia Saudita más allá del petróleo que ha definido, y aún define, al país. Está también una agenda renovadora de la política exterior, apartándose de los sistemas islamistas más radicales de la zona. Y, sobre todo, pende tonificar al reino saudita para su planeado rol como primera potencia de Levante. Para tal fin habrá que solucionar el conflicto con Catar.
Recordemos que el primer ministro de Líbano, un cristiano, la semana pasada viajó primero a Riad y luego a otras capitales para dar a conocer, oficialmente, su renuncia. Asimismo, son de notar las crecientes aperturas diplomáticas con Israel. Son todos preludios significativos de un novedoso giro en Levante. Al menos, así lo esperamos.
El autor es politólogo.