Quiero robar la inspiración a una sentimental canción de Vicente Fernández – Se me hizo tarde la vida – para invitar a reflexionar sobre un delicado aspecto que agita a nuestra sociedad moderna: ¿Dejó de ser proverbial la lealtad hacia la pareja? ¿Por qué es tan inusual envejecer juntos? ¿Sabrán los jóvenes de hoy lo que se pierden?
La canción es muy bonita y, por cierto, nada machista. Relata la historia de un caminante acostumbrado a andar y andar en la insensata peregrinación del amor, siempre cantando, siempre cambiando, sin volver la vista atrás, hasta que un buen día encontró la horma de su guitarra. Y ahí, con ella a su lado, se fue quedando, quedando, en una especie de ensoñación, hasta que el otoño tocó despacio su puerta. Ahí fue cuando comprendió lo que sentía. Y escribió esa canción.
Dice: “Se me hizo tarde la vida, fui envejeciendo a tu lado. Sobre tu lecho dormida, mi juventud se ha quedado. A tu mejilla encendida, mi beso sigue estampado, se me hizo tarde la vida, pero a tu cuerpo abrazado. Fue tu pasión desmedida la que detuvo mis pasos, no reanudé mi partida, por frecuentar tu regazo, la edad la llevo prendida, en la solapa de mi alma. De aquella prisa vivida, solo me queda la calma. Se me hizo tarde la vida, aunque llegué con el alba. La edad la llevo prendida, en la solapa de mi alma”.
Debe ser muy hermoso envejecer y poder decir esos versos, hechos canción, a la compañera. Yo, a veces, hasta la escucho solo. Siento que a mí también se me hizo tarde la vida, pero no tuve tanta suerte. La viví, eso sí, muy de cerca con mis padres. En mi juventud, me asombraba ver cuánto él la quería y cómo ella le correspondía, con entrega y dedicación. Se me caían las babas. Eran inseparables. De su gran amor brotaron seis hijos (mi tata no se apeaba ni en las cuestas). Al peinar canas, seguían mimándose como en los años mozos.
Él siempre estaba ahí para ella y ella lo esperaba con ilusión cada tarde al regresar de su trabajo, en un gran almacén. Sesenta años juntos no es un juego banal; es un compromiso de fuego que solo los muy cabales son capaces de cumplir. Pero, como todo en la vida, se les hizo tarde la vida. Mi padre partió primero; mi madre, diez años después. ¡Cuánto los extraño y envidio! En algún rincón de mi corazón pienso, con satisfacción, que allá en el cielo estarán queriéndose igual, bajo el alero amable y protector del Señor. Yo no lo logré. Viví siempre tan de prisa. Pero hoy, al evocar mi pasado, siento que más me hubiera gustado haber llevado un solo amor prendido, como ellos, en la solapa del alma.