“Underground” es un libro reportaje de Haruki Murakami sobre el atentado con gas sarín ejecutado por una secta cristiana en el metro de Tokio, en 1995. El novelista, convertido aquí en entrevistador, toma partido por las víctimas, y nos ofrece una magnífica lección de humanidad que, más bien, parece un correctivo ético dirigido al periodismo comercial tremendista, y nos obliga a indagar sobre la posibilidad de que la exaltación mediática del héroe negativo sea un estímulo para el terrorismo civil, entendido este como algo muy diferente al terrorismo de Estado de cuya glorificación se ocupan, con diabólica eficiencia, los aparatos de propaganda de los gobiernos y ciertos medios “independientes” modulados por oscuros intereses.
Entendamos, con un ejemplo, la distinción: un grupo de individuos ataviados con uniforme militar despega en una aeronave cargada con toneladas de explosivos y, a miles de kilómetros del puerto de salida, suelta su regalo de terror para convertir un barrio o una ciudad en una carpeta de escombros tendida sobre centenas, si no miles, de muertos y heridos entre los que abundan mujeres y niños. Como el acto se comete por orden de un gobierno, y la aeronave exhibe la bandera del país que envía el funesto mensaje, no se trata de un crimen sino de un gallardo acto de guerra sobre el que los medios informarán de manera aséptica, sin mencionar los nombres de las víctimas.
Por otra parte, si un desquiciado, o un pequeño grupo de desquiciados acaba, aun al precio de la autoinmolación, con la vida de varias personas y hiere a otras tantas, entonces se trata de un execrable acto de terrorismo que, per se, no merece ninguna aprobación, pero del que los medios se aprovecharán para destacar, con detalles rayanos en la exaltación, no a las víctimas sino al perpetrador o a los perpetradores.
El primero, es terrorismo de Estado. El segundo, terrorismo civil. En ambos casos las víctimas no alcanzarán a comprender lo ocurrido ni serán objeto de una mínima exaltación, a no ser que, de antemano, alguna de ellas haya gozado de algún tipo de notoriedad mundana.
Murakami, al reivindicar el respeto a la persona común agredida injustamente por el acto terrorista, dirige una lúcida reprimenda a los medios informativos que, con mucha frecuencia, “heroízan” al asesino y privan a las víctimas de sus identidades, y a los gobernantes que, aun cuando condenan hasta las lágrimas el terrorismo civil, se valen de sus fuerzas armadas para practicar el terrorismo de Estado.