Es increíble que diez años después del referendo por el TLC con Centroamérica y Estados Unidos, todavía sigue habiendo discusión al respecto. Si bien los resultados de la economía costarricense de los últimos diez años no han sido extraordinarios, tampoco han sido malos. Ni todos tenemos ahora un BMW, ni los gringos se llevaron nuestra agua, ni la isla del Coco.
Tratar de sacar conclusiones sobre alguna relación causa-efecto entre el TLC y las exportaciones, las importaciones o el empleo, es mera especulación. Primero, porque en realidad la desgravación arancelaria de los productos más protegidos apenas está empezando, luego de un largo periodo de gracia. Segundo, porque la implementación del tratado coincide con un fenómeno exógeno enorme para nuestra economía: la gran crisis mundial del 2008-09. Nadie sabe cómo habría reaccionado la economía ante la crisis de no haber habido tratado.
Un ejemplo donde sí es claro el efecto directo del TLC es en la apertura del mercado de las telecomunicaciones. Cuando el ICE tenía el monopolio, las listas de espera para conseguir un teléfono celular eran eternas, y Costa Rica se ubicaba en los últimos puestos a escala mundial en cobertura celular. Con el rompimiento del monopolio, las filas desaparecieron y el país pasó al puesto 15 mundial en cobertura celular. El efecto de la disponibilidad de mejor telefonía e Internet ha sido un grandísimo impulso a las exportaciones de servicios empresariales y a nuevos emprendimientos ligados a innovaciones tecnológicas.
De ahí que don Luis Guillermo Solís, líder del No durante el referéndum, ni siquiera ha pensado en dar marcha atrás a lo pactado en el TLC. Más bien, en algún momento, mostró satisfacción de tener un tratado que pudiera defender a nuestro país ante alguna eventual ocurrencia comercial de Trump.
Algo que hay que tener claro, tal como lo advertimos hace diez años, es que ningún tratado de libre comercio es la panacea que viene a resolver todos nuestros problemas. El éxito económico y social de un país, con tratados o sin ellos, depende de muchas otras políticas públicas, tales como finanzas públicas sanas, instituciones públicas eficaces y eficientes, sistema educativo de calidad, infraestructura de transportes adecuada y mercados eficientes en competencia. En todos esos aspectos aún nos falta mucho por mejorar.