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“Soy mi propia parábola”, intuye tal vez el gato al mirarse por vez primera en un espejo. Fui, por accidente, participante marginal en una visita al despacho del presidente Jerry Rawlings, de la República de Ghana. El gobernante era un piloto militar formado, creo haber entendido, en una academia de la desaparecida Unión Soviética. Era de la etnia más numerosa de Ghana, y el hecho de que nuestro guía, un funcionario de la ONU, fuera miembro de la misma etnia y ciudadano de Togo, un país vecino, en algún momento hizo de la entrevista un intercambio entre dos compatriotas atrapados en reminiscencias familiares. Chismearon sobre otro miembro de su etnia común, un pariente lejano del mandatario anfitrión que había sido presidente de un tercer país africano cuyo nombre he olvidado.








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