Creo que ninguna policía del mundo sabe menos que la nuestra lo que realmente defiende, más allá de la vida y los bienes de los ciudadanos concretos. Y aún así, sin tener la menor certidumbre de que valga la pena defender esas vidas y de que esos bienes no procedan de delitos más graves, pero mejor encubiertos y protegidos, que los que con su propia intervención, a veces sangrienta, previene, impide o persigue. Decimos delitos más graves: son los que se consuman dentro del Estado y las instituciones paraestatales, en las administraciones públicas, favoreciendo y extorsionando a los particulares que tienen tratos con esas administraciones, corrompiendo y dejándose corromper. Más graves que asaltar a mano armada un banco o una oficina de correos, pero con un índice de impunidad que en nuestro país es quizás más elevado que en cualquier otro.
Se dirá que existen policías que defienden estados gobernados por regímenes tiránicos e infames: pero lo saben, y saben que no solo son instrumento sino parte de aquellas tiranías, de aquellas infamias; y que disfrutan de sus infames ventajas. Pero a la policía que supuestamente defiende nuestro Estado democrático y nuestro sistema basado en la libertad y en el consenso, le falta la certidumbre de que la ley es igual para todos, de que todos sean iguales ante la ley, de que no haya --como en la fábula de Orwell-- ciudadanos que son más iguales que los demás; esa policía que actúa en un contexto de privilegios e inmunidades, resulta instrumento y cómplice de una infamia peor que la de un Estado francamente tiránico, y sin disfrutar de las ventajas sin duda infames de la arbitrariedad, del temor, del dar miedo que desgraciadamente son anheladas, más o menos conscientemente, por una buena parte de la humanidad, y especialmente por aquella que se apretuja, como decía Savinio, dentro de una "especie" o "especialidad".
En suma, hablemos con claridad para que nos resulte más comprensible el hecho de que algunos policías se pasen al otro lado e intenten asaltar un banco, que el de que otros policías se dejen matar para defenderlo. Como no conseguimos situarnos a esa distancia, rendimos homenaje a los que mueren en el cumplimiento de su, desgraciadamente, vacío deber.
Esas... pero, un momento, estimada lectora, estimado lector: les doy la razón: esto es un plagio. Salvo por las palabras o frases que figuran en cursiva, los anteriores párrafos fueron copiados de un capitulito del libro Negro sobre Negro, del autor siciliano Leonardo Sciacia, publicado por primera vez en 1979. (Trad. esp. de Joaquín Jordá, Bruguera, España, 1984, p. 195). Sciacia se refiere, desde luego, a la policía italiana, pero ?no debemos preguntarnos si, mutatis mutandi, ...?