La resolución de la Corte Internacional de Justicia ha sido clara, sólida y, en lo esencial, favorable al país. Además, ha reafirmado el valor práctico y sustantivo del derecho internacional para resolver conflictos.
Hoy podemos respirar más tranquilos. Lo que está por verse es si también lograremos que ahora se abra una nueva etapa de normalidad, y ojalá cordialidad, en las relaciones entre Costa Rica y Nicaragua. Hay razones para suponerlo, pero también temas abiertos que llaman a gran prudencia.
La Corte ratificó la soberanía nacional sobre la isla Portillos; obligó a que Nicaragua indemnice por los perjuicios generados allí; declaró que había violado la libre navegación por el San Juan; desestimó los reclamos sobre presuntos daños ambientales mutuos –contra Costa Rica por la trocha y contra Nicaragua por el dragado del río–, y dispuso que los respectivos estudios de impacto son responsabilidad de cada país.
Esto cierra los puntos más críticos del conflicto y abre la vía para el necesario “paso de página” al que se han referido ambos gobiernos. A la vez, obliga a abordar temas fáciles de resolver desde la buena voluntad mutua, pero que también podrían generar nuevas fricciones si se tratan desde la desconfianza o la mala fe.
Determinar el monto de la indemnización, definir los detalles y logística de la navegación y atender las sensibilidades ambientales del otro serán claves para cualquier nuevo capítulo.
La experiencia con los gobiernos nicaragüenses no llama a mucho optimismo, pero al menos debemos dar al actual un cauto beneficio de la duda.
Para empezar, hay que sentarse a hablar, atemperar la retórica y producir gestos positivos. El más inmediato de Costa Rica debería ser diseñar y divulgar un robusto plan de manejo ambiental para la trocha y activarla como motor de desarrollo transfronterizo; de Nicaragua, relevar a Edén Pastora de la dirección del dragado.
Las elecciones el próximo año y la caída en los subsidios venezolanos podrían hacer que Ortega escale las diferencias para apuntalar su posición.
Lo que él haga es incontrolable, pero sí somos dueños de nuestros actos, y estos deberían asentarse en una mezcla de sensatez, firmeza, imaginación y visión estratégica. Por esto, precisamente, tuvimos éxito en La Haya.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).