La esvástica nazi es un símbolo odioso y despreciable. Por eso, me sobresaltó ver por la televisión una gresca gigantesca en el centro de Charlottesville, Virginia, donde bandas armadas de neonazis engalanados con uniformes y distintivos hitlerianos se unieron a nacionalistas blancos, a encapotados del Ku Klux Klan, a neo confederados separatistas y, por si faltaba, una ensalada de derechistas ultrarradicales que se enfrentaron entre ellos y con lugareños. No omitamos que David Duke, el superfascista, asistió a la actividad.
La batalla campal arrancó la noche del viernes, ascendió a un “todos contra todos” el sábado, prosiguió el domingo y se desinfló mayormente el lunes. El tema es una polémica en torno a remover el vistoso monumento del general Robert E. Lee, jefe supremo de los confederados sureños en la Guerra Civil.
Una nueva administración citadina inició labores este año y abrazó el plan de retirar la efigie del general Lee y sus artísticos caballos, aunque la bacanal del fin de semana quizás impulse al nuevo alcalde y su círculo a discernir mejor los escollos del proyecto.
A fin de acentuar la atmósfera pensante que se respira en Charlottesville, funcionan ahí varias instituciones de enseñanza superior, entre ellas la afamada Universidad de Virginia, donde se han educado algunos costarricenses. No obstante, el ardoroso combate librado hace pocos días dejó un saldo de tres muertes que ojalá sellen la memoria de la ciudadanía estos días infaustos. El inventario de los caídos continúa. Lo que no hay que olvidar es que el joven que condujo su auto contra la multitud era un neonazi admirador de Hitler.
Tampoco podemos dejar de mencionar la ira cívica contra el presidente Donald Trump, una queja ampliamente justificada porque la falta se produjo a la vista plena del público norteamericano. Al leer un pésame por la televisión, asignó la culpa a los excesos de todos los que estuvieron ahí. ¿Todos? Se sabía de sobra que los disturbios provinieron de la extrema derecha. ¿Por qué excluyó de la condena a ese frente?
El sismo resultante obligó a Trump a corregir, pero lo hizo mediante otra nota del montón. Finalmente, el lunes emitió otra versión de la disculpa, mucho mejor orientada. Se dice que la furia presidencial persiste y se enfoca ahora en quienes redactaron el primer pésame, y uno de ellos probablemente fue Steve Bannon, teólogo de la derecha radical muy cercano al mandatario. Anuncian en corrillos “rabo y orejas”. Ojo a las corridas en estos días.