Aún es posible leer, en Internet, una invitación abierta el 5 de setiembre del 2013 por el Comando de Operaciones de Ingeniería Naval del Departamento de la Armada de Estados Unidos (US Navy). Anodina a primera vista, se trata de lo que en jerga administrativa llamaríamos un cartel de licitación para la renovación de instalaciones inmobiliarias que, curiosamente, estaban ubicadas en Sebastopol, por entonces sede de la base naval rusa en la península de Crimea. No debe sorprender que el comando estadounidense se viera obligado a dejar sin efecto la singular licitación cuando, en marzo del 2014, un referéndum le restituyó la península entera a Rusia.
Cuando se fraguaba el golpe de Estado que en febrero del 2014 rompería el orden constitucional en Ucrania, y sumiría a ese país en una situación de guerra civil que aún persiste, la prensa occidental ridiculizaba el temor expresado por el Kremlin de que la base de Sebastopol, cuna de la flota rusa en el mar Negro, se convirtiera en un bastión militar de la OTAN o, lo que es lo mismo, de EE. UU. ¿De dónde habrá surgido la peregrina idea de que Washington persiga tan descabellado propósito?, se preguntaban los mismos columnistas y reporteros que más tarde se empeñarían en restarle importancia a la masiva mayoría de los habitantes de Crimea que votarían por volver a formar parte de Rusia.
Si hubieran tenido la curiosidad de leer el mencionado cartel de licitación de la US Navy, habrían aclarado todas sus dudas, al igual que debieron de haberlo hecho los traductores de la inteligencia rusa: para EE. UU., la “conquista” de Sebastopol era un hecho desde mucho antes de que se consumara el golpe de Estado en ciernes.
Viene a cuento el “éxito diplomático” que se apuntó la administración Chinchilla cuando Costa Rica se unió a Canadá, Alemania, Lituania, Polonia y Ucrania para presentar ante la Asamblea General de la ONU un proyecto de resolución cuyo fin era desconocer, de antemano, el referéndum mediante el cual Crimea se reincorporaría a Rusia.
De los países de América Latina y el Caribe, solamente nueve votaron a favor y, como declararía la representante de San Vicente y las Granadinas, fue irónico que los países que más calurosamente le recomendaban a Argentina tomar en cuenta la opinión de la mayoría de los habitantes de las islas Malvinas, que deseaban pertenecer al Reino Unido, votaran en la ONU a favor de que se ignorara la opinión de la mayoría de los habitantes de Crimea que deseaban pertenecer a Rusia. Éxito rotundo, en verdad.
Fernando Durán es doctor en Química por la Universidad de Lovaina. Realizó otros estudios en Holanda en la Universidad de Lovaina, Bélgica y Harvard. En Costa Rica se dedicó a trabajar en la política académica y llegó a ocupar el cargo de rector en 1981.