“Crueldad en las cárceles, una inercia de todos”: una terrible verdad, que recae sobre todos nosotros, sin excepción. Se peca por acción o por omisión. En esta frase se condensa la realidad de nuestro sistema carcelario. No falta una sola palabra: crueldad, cárcel, inercia y todos.
Así describió, el sábado pasado, “la vida” de los reclusos en nuestras cárceles la directora de la Defensa Pública, Marta Iris Muñoz. Luego, agrega: “La lamentable agresión física sufrida recientemente por una persona en las celdas del OIJ es un claro ejemplo de la violencia estructural que, día tras día, sufren las personas privadas de libertad en nuestras cárceles. Si bien existen muchas normas de derechos humanos ratificadas por Costa Rica que protegen a estas poblaciones vulnerables, lo que falta es una verdadera conciencia humana y sensibilidad para aplicar esos instrumentos, abordar el problema del hacinamiento carcelario y la violación de los derechos fundamentales. Estas personas ‘sobreviven’ en cárceles infrahumanas, sin que a nadie pareciera importarle”.
Tras esta cruda descripción viene la enumeración de los casos de “crueldad” carcelaria, sin omitirse uno solo. En esta lista no podía faltar el caso típico de nuestro país en el orden de la acción o de la voluntad para poner fin a las denuncias. Desde hace más de diez años, duerme el sueño de los justos, amamantado por la indolencia de los injustos, un proyecto de ley penal en la Asamblea Legislativa sobre penas alternativas y otras disposiciones, orientado a reducir “la crueldad” carcelaria.
Diez años, cielo santo. ¿Un proyecto de ley de contenido humano que, por diez años, no se mueve en el Congreso para aminorar el sufrimiento de centenares de personas…? ¿Se necesita, acaso, otra prueba más sobre la inhumanidad de nuestras cárceles, cuando basta asomarse y contemplar el abandono y miseria de los reclusos, en espera nada más de una ocasión para repetir aquí lo que está pasando en las cárceles de Centroamérica?
Digo esto no por haberlo leído en la prensa nacional, sino por conciencia plena y personal de esta tragedia humana.
Como una vez lo escribí en esta sección, trabajé, por dos años, en el antro de inhumanidad llamado Penitenciaría Central en San José. Sabedor de lo que allí ocurría en el orden de los derechos humanos, busqué ese trabajo para conocer mejor mi país tras nueve años de ausencia en el extranjero. Puedo decir que conocí el infierno y que, todavía, mucho tiempo después, lo sigo viviendo.
Por ello, el titular de esta noticia del sábado: “Crueldad en las cárceles, una inercia de todos”, me golpea en lo más hondo del alma por su veracidad y actualidad.