Parlamento viene de parlare, que quiere decir hablar. Así, digamos que el parlamento es el reino de las palabras. Es sinónimo de foro, cuya etimología nos lanza también al verbo hablar.
Pero, las palabras deben estar henchidas de sentido y, si es posible, de belleza, y siempre de claridad. Si armonizan las ideas con las palabras, el fondo con la forma, siempre brotará la claridad, virtud suprema del lenguaje.
Con la palabra nos comunicamos y conquistamos el mundo. El evangelista San Juan llama a Dios la palabra, el Verbo: "En el principio era el Verbo, la Palabra, y la Palabra era Dios". !Cuán sublime es el destino de la palabra!
No recuerdo si era Confucio quien decía que la moralización y salvación de un pueblo comienza por la reconquista del sentido recto de las palabras. La corrupción del lenguaje corre parejas con la corrupción de las costumbres.
Volvamos al parlamento. !Cuánto se habla y cómo se habla, cielo santo, en este recinto!
La reforma del parlamento ha de comenzar por la mesura verbal. El mal del reglamento interior actual de la Asamblea Legislativa reside en las oportunidades ilimitadas que brinda para que se hable a torrentes, máxime ahora cuando los diputados leen los discursos. Posiblemente es una forma de darles trabajo a sus asesores.
El frenesí verbal del parlamento se palpa en la sesión del 1o. de mayo. La figura central, en este acto solemne, debe ser el Presidente de la República. Los diputados se congregan con los miembros de los supremos poderes, diplomáticos e invitados para escuchar su informe de labores anual. Los restantes discursos deben ser breves y conceptuosos.
Antes de comenzar sus tareas legislativas, los diputados deberían recibir un curso no tanto de oratoria, que suena a un estilo grandilocuente, sino, simplemente, para hablar en público con claridad, corrección, precisión y una dicción apropiada, es decir, que los sonidos se articulen de acuerdo con el genio de nuestra lengua. !Qué mal pronunciamos los ticos las palabras!
Austeridad fiscal, pero también austeridad verbal. Existe en una democracia una relación directamente proporcional entre la logomaquia y el déficit fiscal, entre la retórica ampulosa y anacrónica y la esterilidad legislativa, entre la demagogia y la pobreza.
Pensar, leer, asesorarse, volver a pensar, leer, estudiar, volver a pensar, luego hablar, si fuera necesario, y de seguido ejecutar lo pensado, criticado y compartido.