¿Qué debemos hacer con la palabra élite? Algunos la utilizan para autoincluirse en la categoría (clase, grupo, secta, banda o mafia) que pretenden definir con ella, pero se las arreglan para ocultar cuál es el adjetivo que haría a cada uno de ellos responsable de su voluntaria afiliación.
Categorizar (“acusar de”, en griego) consiste en definir tanto una categoría como cada uno de los elementos que la integran. A la burguesía pertenece el burgués, al proletariado el proletario, al magisterio el maestro y el profesor, al empresariado el empresario, al electorado el elector; pero ¿cómo designar a quien pertenece a la élite? ¿“Elítico”? ¿Flor y nata? ¿Escogido? ¿Distinguido? ¿O debemos usar la expresión acuñada por un finado pariente que decía “son unos puchis-puchis”?
El asunto viene al caso tras la aparición de varias publicaciones firmadas por personajes que, despojados de toda traza de modestia, asumen la condición de miembros y portavoces de la élite, pero nos dejan con las ganas de categorizar a cada uno de ellos con un solo vocablo, como hacemos con el obrero, el maestro, el profesor, el elector o el empresario. Nuestra incomodidad proviene de una situación embarazosa de la que nos resulta difícil, si no imposible, escapar. Si bien aún conservamos una excelente memoria para identificar los rostros de miles de personas, ya desde nuestra juventud éramos incapaces de recordar más allá de unos centenares de sus nombres.
Así las cosas, nuestras posibilidades de socialización civilizada –no se asombren: hay países en los que se acostumbra socializar a balazos y eso no es civilizado– dependen de que, cuando reconocemos a una persona por el rostro, y sabemos quién es, y deseamos saludarla con respeto, con admiración, con entusiasmo o con simple cortesía, pero hemos olvidado su nombre, podamos recurrir con aplomo a una categorización impersonal pero efectiva. “¿Cómo está usted, querido profesor?”. “¿Todo va bien en su oficio, amigo maquinista?”. “¿Prosperan sus negocios, honesto empresario?”. “¿Aspira a nuevas victorias, joven atleta?”. Pero nos veríamos muy mal saludando a un miembro de la élite de la siguiente manera: “Es un placer saludarlo, caballero flor y nata”, o “mis parabienes, señora puchis-puchis”, o “ilustre escogido, excelentes sus artículos sobre los riesgos de que la chusma salga a votar”.
La Asociación de Academias de la Lengua Española debería ir habilitando el adjetivo elítico; que, dicho sea de paso, no es lo mismo que elitista.