El perro se acercó cuando lo llamaron. Movía la cola para confirmar su buena disposición y confianza. Por eso, la traición cometida por un par de trabajadores de la construcción es todavía más abominable. Lo retuvieron, le ataron latas vacías al lomo y lo pusieron a correr con un manotazo. El ruido desató el pánico del animal y lo hizo correr hasta el agotamiento.
El perro, con su pacífica y alegre aproximación, dejó asentada su nobleza. Los hombres demostraron su incapacidad de apreciarla y una ruindad demasiado común, por desgracia. No se puede esperar más de quienes encuentran divertido el sufrimiento. El contraste entre víctima y victimarios agudiza lo repulsivo del episodio.
Por fortuna, un video del incidente circuló en Internet y la empresa encargada de las obras despidió a los abusadores. La decisión suscitó polémica. Para sus críticos, dejar a dos hombres sin empleo, y quizá sin sustento a sus familias, es un exceso cuando del otro lado de la balanza hay, tan solo, un perro.
El argumento puede estirarse al infinito para justificar la crueldad contra los animales. Si la pérdida del empleo fuera una consecuencia inaceptable, el encarcelamiento dispuesto por la nueva Ley de Bienestar Animal sería imposible de justificar. La pena por causar intencional e injustificadamente la muerte de un animal es de entre seis meses y tres años de prisión.
Celebrar el encarcelamiento o desempleo de una persona es difícil en cualquier circunstancia y las sanciones, desafortunadamente, casi siempre afectan a terceros inocentes, como los hijos de los sancionados. Sin embargo, la sociedad no puede tolerar determinadas conductas ni hacerse de la vista gorda ante sus consecuencias.
La crueldad contra los animales es un vicio de siempre. La educación contribuye a modificar las conductas y a crear sensibilidades conducentes a la aprobación de leyes como la comentada, pero, en muchos casos, no hay alternativa a la sanción, lo cual no significa que no haya sanciones alternativas.
En buena hora los abusadores fueron despedidos, pero falta la persecución penal al amparo de las nuevas leyes. Ojalá se haga y tengamos un ejemplo aleccionador para otros sujetos capaces de traicionar la inocente confianza de un animal, por malsana diversión o por cualquier otro motivo igualmente censurable. Es hora de demostrar, con severidad, hasta donde este tipo de estupidez no hace gracia.
Armando González es director de La Nación.