Hacemos estos apuntes con mucho pesar, pero aun si fuéramos entomólogos fanáticos de las hormigas no podríamos describirlas como mamíferos centípedos con las barrigas saturadas de neuronas.
Bastante agobiado –como se dice en Alajuela para no desentonar–, un editor independiente costarricense nos aseguraba que la administración de una gran cadena de librerías acaba de ordenar la suspensión de pedidos de libros de autores nacionales, y afirmaba que esa no es sino una, aunque la más drástica, de las medidas adoptadas en estos días por varios comerciantes del sector, basándose en que el escaso interés del público por la literatura local y los descuentos que ofrecen sus editores (entre 30 % y 40% del precio de venta) hacen que no sea rentable destinarles espacio en los exhibidores.
A simple vista, la solución del problema estaría en que los editores aumentaran los precios de sus productos para poder así ofrecer descuentos mayores; pero es muy improbable que, mediante ese recurso, se logre incrementar el interés del público. En lo que respecta a los autores –al parecer la pata menos importante del taburete–, ni siquiera son tomados en cuenta porque, al fin y al cabo, ellos casi nada tienen que ver con la rentabilidad de la operación: si aparecen en el cuadro lo hacen como palomas que aprovechan las migajas caídas debajo de la mesa de la Santa Cena, y solo les queda el papel de comparsas en las campañas políticas para luego aspirar, a lo sumo, a ocupar algunos puestos menores en el Ministerio de Cultura. (Recordemos la anécdota de aquel escritor nuestro de mediados del siglo XX, a quien uno de sus entusiastas lectores le dijo, al encontrárselo en la avenida central: “Mirá, supe que publicaste otro libro, mandámelo para leértelo”).
Un vendedor de libros algo cínico nos hacía ver que, desde el momento en que su primera obra aparece en las librerías, un autor local ya está jugando en grandes ligas mundiales sin haber participado antes ni en un campeonato provincial. “¿Y qué se la va a hacer? De entrada, su libro compite en el anaquel con los de Allende, Baricco, Bolaño, Borges, Eco, García Márquez, Hustvedt, Kadaré, Saramago, Vargas Llosa y quién sabe cuántos y cuántas más, y en ese terreno no se puede hacer como en el de la fabricación de motocicletas, en el que todo se arreglaría con la adquisición de una franquicia extranjera”, aseveraba, “y a nadie se le ocurriría, a raíz de la muerte de Günther Grass, entrar en contacto con su familia para comprarle la marca”.