Escocia e Irlanda del Norte votaron por seguir en la Unión Europea; Inglaterra y Gales, por salir. La permanencia también ganó entre los más educados, acomodados y urbanizados. Pero en ninguna categoría fue más dramática la división sobre el brexit que en la generacional: a más años, menos Europa. Por ejemplo, el 73% de los votantes entre 18 y 24 se mantuvo fiel a la unión, pero el 60% con 65 o más prefirió el divorcio. La brecha no sorprende, y en su trasfondo resaltan variables económicas vinculadas con la edad.
La mezcla de trabajo fijo, pensiones, acceso a la salud y quizá hasta algún patrimonio, típicos de la madurez en un Estado serio, genera seguridad y el deseo de protegerla. Es lógico. Pero también puede conducir a la nostalgia paralizante, la defensa de intereses sin reparar en costos, el rechazo a “los otros” (léase inmigrantes) o el desinterés por quienes siguen. Así ocurrió en el Reino Unido. El futuro era mantenerse en la Europa que los jóvenes necesitan; el pasado, la “patria” soberana, segura y generosa que los mayores añoran, aunque su estabilidad, en el fondo, sea europea.
Esta fricción generacional, sin embargo, trasciende el referendo y nos confronta con una realidad ineludible: las crecientes brechas económicas y sociales entre los jóvenes y los mayores. Costa Rica no escapa al fenómeno.
La rigidez de la legislación laboral en España, Francia, Grecia e Italia beneficia a los que están dentro del sistema (gente madura) y perjudica a quienes quieren entrar y chocan contra las barreras. Los esquemas jubilatorios en Estados Unidos, ligados a las empresas, no las personas, perjudican a quienes trabajan con flexibilidad laboral (los jóvenes) por sobre quienes ya poseen estabilidad.
Las pensiones prematuras o “de lujo” en Costa Rica pesan en exceso sobre las nuevas generaciones, que deberán pagar más, retirarse más tarde y recibir menos ingresos. Los pluses y anualidades premian la antigüedad y bloquean al talento nuevo.
Es tiempo de que, al discutir sobre los necesarios ajustes en la distribución de cargas y beneficios sociales, se incorpore de manera más explícita el factor generacional. Pasar a los jóvenes una factura inflada, como ocurre hoy, no solo es injusto; también frena el progreso de todos y puede generar inestabilidad. El modelo debe cambiar.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).