¿Es posible una democracia sin partidos? Teóricamente, sí, pues esta es un conjunto de principios de organización del poder político basados en la ciudadanía, y ella podría decidir que no son necesarios. Históricamente, ha habido democracias sin partidos, aunque de eso ya hace mucho tiempo (Atenas y otras democracias en Sicilia y el Egeo durante la Grecia clásica).
Sin embargo, todas las democracias modernas tienen partidos, que fueron inventados a principios del siglo XIX en Estados Unidos. En sociedades complejas, de mucho mayor tamaño que las pequeñas ciudades de la antigüedad, los partidos agregan las demandas dispersas de la ciudadanía, generan identidades políticas y forjan programas que orientan a los gobiernos. En este contexto, democracias sin partidos serían el reino de la parálisis, de los intereses particulares de gremios y, especialmente, de la plutocracia, que impondría sus intereses sin negociar con nadie.
Entonces: ¿para qué andar imaginando mundos cuando, sabemos, en Costa Rica los partidos siguen existiendo? Con los problemas de gobernabilidad que hay aquí, ¿no tiene Varguitas nada mejor que hacer?
Perdonen: a diferencia de el Quijote, no imagino mundos. Planteo una tesis radical: nuestra democracia funciona, en la práctica, como si no tuviésemos partidos. Aclaro: por supuesto que legalmente existen, la ley les da plata y el monopolio sobre las candidaturas a puestos políticos y, dentro de sus exiguas organizaciones, algo de vida tienen, pues capillas de asesores, empresarios de la política y algunos fiebres luchan por apoderarse de la franquicia y ganar elecciones.
El punto es el siguiente: la gran mayoría de los ciudadanos no tienen simpatías partidarias y la desconexión entre ellos y los partidos es tal que las personas y sus organizaciones los dejan de lado a la hora de participar en los asuntos públicos. La vida de los partidos se reduce, entre elecciones, a la Asamblea Legislativa y municipalidades, y esto solo porque la ley no permite que independientes lleguen a ocupar curules. Todos están divididos y con manifiesta incapacidad para ser consistentes con un programa de acción.
¿Cómo gestionar una democracia “sin” partidos? Difícil, muy difícil. Mientras inventamos formas superiores de organización política, la tarea ciudadana pasa por rescatarlos: una nueva generación de jóvenes activistas, con ambición de país, debe desembarcar en la política.