Caso tres: un estudio de la Academia de Centroamérica sobre costos y resultados de las universidades estatales fue abordado por algunas, sin motivo, como una agresión, pero al menos aceptaron una verdad incómoda: no disponen de series de datos relevantes y estandarizados para evaluar su desempeño. Caso cuatro: la comparación de tarifas eléctricas entre Costa Rica y el resto de Centroamérica se ha vuelto casi imposible: hay tantas categorías que, hasta ahora, prevalece la confusión.
Vivimos en la era del big data. Nunca antes había existido tanta oportunidad, capacidad y rapidez para capturar, acumular y procesar datos destinados a escrutar realidades y tomar decisiones. Su potencial es enorme. Pero la inflación de orígenes y resultados también ha hecho que nunca haya existido tanta facilidad para la manipulación. Por esto vivimos, también, la era de las realidades paralelas o alternativas; es decir, de la posverdad. Su lógica es perversa: si nuestra posición y argumentos son débiles, alteremos, ocultemos, enredemos y hasta fabriquemos datos. Multipliquemos sus fuentes, aunque carezcan de seriedad. Demos la impresión de que el debate no es sobre el rigor de las ideas o la justeza de las decisiones, sino sobre versiones de la realidad. De este modo, cada cual escoge la que más se acomode a sus convicciones o prejuicios.
Para determinar las mejores políticas en pensiones, inversiones educativas, energía y otros temas, debemos disponer de hechos y cifras sólidos y relevantes. La necesidad es imperiosa. Si no, la acción se entraba, el statu quo se fortalece y la discusión sufre. Por esto la higiene fáctica, por llamarla de alguna manera, debe abordarse como componente esencial de la transparencia y la democracia.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).