Señoras y señores: respiremos hondo, pongamos el cerebro –no el corazón, y menos el hígado– a trabajar, y evitemos las generalizaciones simplistas. ¿En relación con qué? Como orientación de vida, con todo. Como necesidad cívica, con el affaire del cemento chino. De lo contrario, el daño que sus cómplices ya han causado al Banco de Costa Rica e instituciones vitales se extenderá a todo el sistema político. Esto es malo en cualquier momento, pero más aún durante un proceso electoral.
Lo peor que podríamos hacer es actuar desde la premisa “todos los políticos son iguales” y llegar a alguna de estas conclusiones: 1) no voto, 2) voto por simple impulso, 3) lo hago por el candidato más incendiario. Lo mejor sería fijarnos detalladamente en el elenco de aspirantes y propuestas, e inclinarnos por aquellos con mayor capacidad de reforma y saneamiento institucional.
El caso ha revelado un tráfico de influencias directo desde miembros del Ejecutivo y un diputado, para tramitar un crédito catastrófico y nombrar al gerente del BCR. También ha evidenciado la posible complicidad de este último y su Junta Directiva (o parte de ella) en su adjudicación, las enormes fallas en su gobierno corporativo y hasta la posible interferencia de un magistrado en partes del tinglado. La política, en su más bajo sentido clientelar, se impuso a las prácticas bancarias más elementales: nada nuevo, por desgracia, en la banca estatal.
En este viciado ecosistema de toma y daca están el meollo del asunto, las grandes faltas, los posibles delitos y la necesidad de establecer responsabilidades. La envergadura institucional, ética y jurídica es monumental. Sin embargo, tiene límites. Tratar de borrarlos mediante una “operación embarro” generalizada es, en el mejor de los casos, una ligereza; en el peor, un intento deliberado de desacreditar la institucionalidad democrática.
Al respirar hondo, recordemos que ni los candidatos presidenciales de primer orden, ni la gran mayoría de diputados, ni sus partidos (aunque sí miembros de algunos) han sido actores del affaire. Lejos de lanzarlos a la hoguera de quienes sí lo son y, de paso, erosionar el sistema político, deslindemos el trigo de la paja y participemos racionalmente en el proceso electoral. Es difícil, pero no imposible.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).