Por varios días me entrené para asimilar que este fin de semana sería negro. Pero súbitamente debí cambiar mi rutina, al descubrir que también se teñiría de rosa.
Los colores actúan como poderosos motores simbólico-sensoriales. Sea por decantación cultural, bombardeo publicitario o experiencia personal, activan particulares neuronas, establecen conexiones, generan actitudes y detonan conductas. Por esto, y por su valor estético, Paul Gauguin resaltó el “íntimo, misterioso y enigmático poder” que poseen.
Pero el impacto de los colores también depende de las circunstancias y discursos que los rodeen.
En estos días, el negro activa la salivación entre buscagangas que se suman a la Gran Movilización Nacional de noviembre, o desorbita las pupilas de comerciantes ansiosos, apostados ante sus cajas registradoras.
Ligado a un tiempo específico –el de hoy–, el negro transforma su condición fúnebre en agudo impulso aspiracional, desde el cual se activa un happening efímero: materialista, sin duda; importado del norte, ciertamente, pero también integrador de multitudes diversas.
Es el consumismo –que de alguna forma todos practicamos– convertido en factor subliminal de cohesión; la sociedad integrada en la pantalla plana del megatelevisor con descuento de viernes negro.
El palo rosa es otra historia. Me refiero al desplegado por el Banco de Costa Rica como insignia de nuevas “tiendas” (no sucursales) dedicadas a “impulsar el potencial de las mujeres”.
Al examinar los conceptos, imágenes y servicios desplegados en su página en Internet, queda claro que tras la peculiar idea se esconde una pesada carga de prejuicios, clichés y ecos de feminidad acartonada, recreados con desdeñoso simplismo.
Como sello de legitimidad, el banco nos dice que estas sucursales con sello de Barbie setentera y nombre de frágil Kristal responden a la “visión estratégica de la organización”. Las prefería como ocurrencia.
El Black Friday es flor de un día cada año; el palo rosa BCR aspira a una amenazante permanencia. Me quedo con el primero. Pero, sobre todo, guardo la esperanza de que algún competidor bancario invente “sucursales arcoíris”, con vocación de igualdad, respeto a la diversidad y voluntad de borrar, no reproducir, intolerables distorsiones. Esto sí merecería llamarse estrategia.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).